Así fueron las 10 horas de negociación para fraguar la prórroga del Brexit


“Reino Unido es un país serio”, proclamó Theresa May ante la cumbre europea del miércoles en Bruselas en la que solicitó un segundo aplazamiento del Brexit, según relatan fuentes comunitarias presentes en un encuentro que se prolongó desde las 18.00 horas del 10 de abril hasta las 02.00 del día siguiente.

El pacto llegó y el Brexit se aplaza por segunda vez del 12 de abril al 31 de octubre. Pero la cita dejó en la retina de los líderes europeos la sorprendente imagen de una primera ministra británica teniendo que defender la reputación de un país de la envergadura histórica del Reino Unido. Pocas metáforas reflejarían con tanta claridad el humillante impacto del caótico Brexit en el prestigio internacional de una de las mayores potencias económicas, diplomáticas y culturales del planeta.

May llegaba una vez más a Bruselas para pedir ayuda. Esta vez para retrasar de nuevo el Brexit, previsto para las 00:00 horas del 13 de abril tras un primer retraso de la fecha inicial del 29 de marzo. Y aunque los 27 socios de la UE acudieron a la cumbre resignados ante la necesidad de una segunda prórroga para evitar una ruptura brutal, también quedó claro desde el principio que para algunos socios, Francia en particular, la pesadilla del Brexit empieza a resultar insoportable.

El presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, y el de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, se afanaron en los días previos a la cumbre en desactivar, a base de llamadas a las capitales, cualquier conato de revuelta contra la prórroga o cualquier condicionalidad que fuera jurídicamente inviable. Y las hubo.

Desde capitales que querían convertir al Reino Unido en un socio paria, sin apenas derechos dentro del club, hasta otras que planteaban una prórroga con guillotina que permitiera expulsar al Reino Unido en cualquier momento en que se apreciara deslealtad, según recuerdan fuentes al tanto de las negociaciones.

El denominador común de la mayoría de esos castigos apunta al Palacio del Elíseo del presidente francés, Emmanuel Macron, que no ocultó antes, durante ni después de la cumbre su deseo de obligar a Londres a tomar una decisión definitiva: o abandonar el club o revocar el Brexit.

Poco a poco, sin embargo, Francia se fue quedando sola a medida que se acercaba el abismo de un Brexit sin acuerdo el 12 de abril. Y a seis días de la cumbre, el equipo de Tusk lograba captar importantes apoyos, entre otros el de Berlín, con una propuesta de prórroga de hasta un año cancelable tan pronto como Reino Unido aprobase el acuerdo de salida.

Tusk bautiza la fórmula como “flextensión”. Será, según fuentes diplomáticas, un hábil ejercicio de marketing porque la propuesta no añade ninguna flexibilidad a lo ya previsto en el artículo 50 del Tratado de la UE, que fija un plazo máximo para negociar la salida (dos años), pero puede completarse sin agotar ese período.

Pero la etiqueta, de autoría desconocida, se abre camino. “El copyright es lo de menos”, bromea una fuente presente en el momento en que se fraguó el término que llevará a una prórroga más larga de lo previsto por Londres, que solo pedía hasta el 30 de junio.

La prórroga larga avanza en sucesivas reuniones de los representantes permanentes de los 27 en Bruselas (Coreper), en particular, las del 5 y 9 de abril. Falta añadir las correas para atar corto a Londres mientras permanezca en el club y calmar así a Francia, que teme un bloqueo de las instituciones por culpa de la presencia británica.

La víspera de la cumbre, la Comisión se saca de la chistera de su presidente una fórmula para aislar al Reino Unido, en caso necesario. La UE desarrollará un marco informal de funcionamiento entre los 27 socios (a todos los niveles) para poder negociar y pactar sin presencia británica. La idea se remonta a 1997, con la creación de la zona euro, cuando los países con moneda compartida comenzaron trabajar al margen del resto. Y probablemente solo Juncker, presente en reuniones europeas desde hace casi 40 años, podía evocar ese precedente.

El armazón de las conclusiones está listo. Se deja entre corchetes ocho X para que la cumbre se centre en el día, mes y año de la próxima fecha del Brexit y obvie el resto. El plan funciona. Salvo con Macron. El presidente francés vuelve a dar la batalla. Advierte que no secundará ninguna estrategia que pretenda “atrapar” a Reino Unido en un Brexit interminable. Y alerta contra el riesgo de parálisis de un club dominado por el Brexit.

“Reino Unido es un país serio”, proclamó Theresa May ante la cumbre europea del miércoles en Bruselas en la que solicitó un segundo aplazamiento del Brexit, según relatan fuentes comunitarias presentes en un encuentro que se prolongó desde las 18.00 horas del 10 de abril hasta las 02.00 del día siguiente.

El pacto llegó y el Brexit se aplaza por segunda vez del 12 de abril al 31 de octubre. Pero la cita dejó en la retina de los líderes europeos la sorprendente imagen de una primera ministra británica teniendo que defender la reputación de un país de la envergadura histórica del Reino Unido. Pocas metáforas reflejarían con tanta claridad el humillante impacto del caótico Brexit en el prestigio internacional de una de las mayores potencias económicas, diplomáticas y culturales del planeta.

May llegaba una vez más a Bruselas para pedir ayuda. Esta vez para retrasar de nuevo el Brexit, previsto para las 00:00 horas del 13 de abril tras un primer retraso de la fecha inicial del 29 de marzo. Y aunque los 27 socios de la UE acudieron a la cumbre resignados ante la necesidad de una segunda prórroga para evitar una ruptura brutal, también quedó claro desde el principio que para algunos socios, Francia en particular, la pesadilla del Brexit empieza a resultar insoportable.

El presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, y el de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, se afanaron en los días previos a la cumbre en desactivar, a base de llamadas a las capitales, cualquier conato de revuelta contra la prórroga o cualquier condicionalidad que fuera jurídicamente inviable. Y las hubo.

Desde capitales que querían convertir al Reino Unido en un socio paria, sin apenas derechos dentro del club, hasta otras que planteaban una prórroga con guillotina que permitiera expulsar al Reino Unido en cualquier momento en que se apreciara deslealtad, según recuerdan fuentes al tanto de las negociaciones.

El denominador común de la mayoría de esos castigos apunta al Palacio del Elíseo del presidente francés, Emmanuel Macron, que no ocultó antes, durante ni después de la cumbre su deseo de obligar a Londres a tomar una decisión definitiva: o abandonar el club o revocar el Brexit.

Poco a poco, sin embargo, Francia se fue quedando sola a medida que se acercaba el abismo de un Brexit sin acuerdo el 12 de abril. Y a seis días de la cumbre, el equipo de Tusk lograba captar importantes apoyos, entre otros el de Berlín, con una propuesta de prórroga de hasta un año cancelable tan pronto como Reino Unido aprobase el acuerdo de salida.

Tusk bautiza la fórmula como “flextensión”. Será, según fuentes diplomáticas, un hábil ejercicio de marketing porque la propuesta no añade ninguna flexibilidad a lo ya previsto en el artículo 50 del Tratado de la UE, que fija un plazo máximo para negociar la salida (dos años), pero puede completarse sin agotar ese período.

Pero la etiqueta, de autoría desconocida, se abre camino. “El copyright es lo de menos”, bromea una fuente presente en el momento en que se fraguó el término que llevará a una prórroga más larga de lo previsto por Londres, que solo pedía hasta el 30 de junio.

La prórroga larga avanza en sucesivas reuniones de los representantes permanentes de los 27 en Bruselas (Coreper), en particular, las del 5 y 9 de abril. Falta añadir las correas para atar corto a Londres mientras permanezca en el club y calmar así a Francia, que teme un bloqueo de las instituciones por culpa de la presencia británica.

La víspera de la cumbre, la Comisión se saca de la chistera de su presidente una fórmula para aislar al Reino Unido, en caso necesario. La UE desarrollará un marco informal de funcionamiento entre los 27 socios (a todos los niveles) para poder negociar y pactar sin presencia británica. La idea se remonta a 1997, con la creación de la zona euro, cuando los países con moneda compartida comenzaron trabajar al margen del resto. Y probablemente solo Juncker, presente en reuniones europeas desde hace casi 40 años, podía evocar ese precedente.

El armazón de las conclusiones está listo. Se deja entre corchetes ocho X para que la cumbre se centre en el día, mes y año de la próxima fecha del Brexit y obvie el resto. El plan funciona. Salvo con Macron. El presidente francés vuelve a dar la batalla. Advierte que no secundará ninguna estrategia que pretenda “atrapar” a Reino Unido en un Brexit interminable. Y alerta contra el riesgo de parálisis de un club dominado por el Brexit.

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