Me siento mal, pero mejor no le digo a nadie

Por: Daniel Rangel

Todos hemos llegado a tener problemas e independientemente del tipo de problema, nos han hecho perder la tranquilidad, el camino, y hasta el acierto en las decisiones.

Gracias a un profesional, a un amigo, a un maestro, a los papás o hasta a un desconocido, muchos hemos podido aliviar las preocupaciones e incluso resolver los problemas, pero otros tantos han pasado por momentos desolados lidiando con el malestar sin contarle a nadie hasta que se ha agravado bastante.

¡QUÉ FALTA DE CONFIANZA!

Quizá te venga a la mente alguien cercano a ti que ahora sabes que está o estuvo pasando por días de tribulación, pero no te has enterado enseguida o por medio de esa persona, sino ya acrecentada la aflicción o por bocas de otros, y si eres observador, por sus publicaciones en redes sociales donde ha dejado entrever su situación afectiva.

Hay varias causas por las que esta falta de motivación para acercarse a alguien puede suceder, pero yo me quiero enfocar en tres.

Primero, una muy clásica:

1. «No quiero que me vean débil»

Mil y una veces he escuchado esta frase dentro y fuera del consultorio. Pretender hacerse el fuerte no es más que reprimirse. Una persona reprimida, al igual que un globo, explotará sin remedio si se persiste en contener lo que va almacenando sin liberar lo necesario para mantenerse en el rango óptimo.

Aparentemente una persona reprimida puede lucir “fuerte”, pero ese es un indicio para ver su debilidad a través de su armadura. La fortaleza se adquiere al entrenar la debilidad, no al esconderla. ¿Cómo la entrenarás?

2. «Para qué le digo, no quiero incomodar gente»

No es raro tener en consideración el sentimiento y la opinión del otro cuando se trata de hablar de un tema delicado. Sin embargo, esta consideración puede usarse como obstáculo para no enfrentar la posible incomodidad de hablarlo. Es decir, sabes que hablar de X tema te hará sentir ansiedad, y en su lugar, para evitar esa sensación, sacas la carta maestra, el salvavidas con el que te saboteas; encuentras la justificación perfecta, según tú, en el sentir del otro, con la que te impides obrar con tal de «no incomodarlo».

Por otro lado, qué afán de hacerse el tonto. Si es alguien de confianza, para qué inventar pretextos como la frase de este subtítulo, ¿de eso se trata esa relación, de solo contarse lo que no es malo?

Viendo un capítulo de la serie Suits, capté una escena donde Mike Ross le dijo a su amigo Harvey Specter una frase legendaria que te resonará en circunstancias similares: «Si no podemos decirnos las verdades difíciles, ¿entonces qué estamos haciendo?».

Si es una persona de tu confianza, suéltate; a veces te tocará a ti ser el ayudador y a veces le tocará a esa persona.

3. «Quién se va a fijar, a nadie le importo»

Hay ocasiones en que alguien puede llegar a sentirse subvalorado por la falta de atención de aquellas personas que uno esperaría que mostrasen su amor e interés; en particular de la familia, ya que es el grupo primario que nos ve crecer y nos da ese lazo sentimental especial.

Hay familias que no pueden dar el amor, la ayuda y el interés que uno quisiera y necesita, por fortuna no son las únicas personas que pueden hacerlo.

Como humanos, a veces nos empeñamos en compararnos y ver lo que no tenemos, sin advertir lo que podemos hacer con lo que sí tenemos. Exacto, también hay amistades con quien se puede formar una nueva familia; no obstante, aunque llega a haber ese potencial, uno se enfoca en su falta de amor familiar dejando fuera de foco la que podría ser su nueva familia.

Y si los amigos se han alejado, entonces es un buen momento para entablar una plática muy seria contigo mismo para tratar de descubrir quién realmente eres que los demás prefieren distanciarse.

LANZANDO INDIRECTAS

Estamos habituados a comunicarnos con mensajes indirectos en diversas situaciones: para decirle sus verdades a alguien, para pedir ayuda, para burlarse de alguien, etc. El denominador común es, como dirían en el sur, la falta de «huevas» para expresar con claridad lo que se quiere decir a quien se tiene que decir.

La costumbre es responder ante el interés del otro, insisto: responder; es decir, contestar cuando nos preguntan sobre nuestro estatus afectivo y de salud. Es poco común tomar la iniciativa para hablar de lo que aqueja; en cambio, la forma para hacerlo es responder con frases como «Pues, más o menos…», «no muy bien», «he tenido días mejores»… Ya en casos desesperantes y urgentes, alguien contestará sin rodeos: mal / muy mal; y hablará a chorros.

En el otro lado de la moneda está la gente que pretende absurdamente que los demás interpreten correctamente sus indirectas sin tener un marco de referencia. Por ejemplo, el típico: ¿Qué tienes? A lo que ella responde: Nada. Luego se enoja esta porque el otro no insiste en averiguar. ¿Cómo interpretar esa indirecta? ¿Como un “sígueme preguntando para enojarme más y decírtelo bien enojada”, un “estoy tan enojada que ahorita no quiero hablar”, o cómo?

Comunicarnos de esta manera es el prólogo de nuestro sentir y nuestro pensar a determinado suceso, pero no saber hacerlo dejará muy ambigua la interpretación.

AUNQUE EN LA ACTUALIDAD HAY MÁS…

…apertura al servicio de salud mental, hay recelo de parte de muchos para acercarse a un conocido para auxiliarse en primera instancia. Hay de por medio creencias prejuiciosas con respecto a cómo serán juzgados y conocidos.

Pedir apoyo es la decisión más prudente cuando nuestra incapacidad nos deja en un estado vulnerable. Hoy por ti, mañana también si es necesario.

Ci vediamo!

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