Por : Fernando Espinosa Rúa
Existen un conjunto de creencias transmitidas por los padres, las familias, las mujeres y los medios de comunicación, en las que se condiciona a los varones a comportarse de cierta manera, acorde al ideal social que se tiene en torno de “ser hombre”, como es valerse por sí mismos, cumplir con las 3 “f” (feo, fuerte y formal), que sea él quien toma las decisiones, que mantenga siempre una imagen de dureza y fuerza, en fin, que adopte un rol masculino rígido, heteronormado, homofóbico, hipersexuado, agresivo y controlador.
Esta construcción de la masculinidad hegemónica está directamente relacionada con la adopción de algunas prácticas arriesgadas y abusivas, como en el caso de la actividad sexual, que en condiciones no consensuadas tienden a rechazar el uso del condón y otros medios de salud reproductiva, porque “no se siente igual” o es “cosa de mujeres”, pero también el exhibicionismo y petulancia, la falta de respeto a la intimidad, la promiscuidad, y engaños que parecen generar adrenalina.
Dentro de este imaginario social figura el hombre que siempre está presto a la actividad sexual, que debe ser como un “tigre” para las relaciones sexo genitales, debe cumplir con cuanta mujer se le cruce en el camino le guste o no. (“A quién le dan pan que llore?”, reza el dicho). Muchos de ellos piensan que su hombría debe estar gobernada por un frecuente deseo sexual, como si se tratasen de unas máquinas sexuales insaciables, han creído que a eso legítimamente los predestina estar siempre fisiológicamente aptos, ya que, en caso de rechazar la oferta, podría ser señalado como homosexuales o pusilánimes. También incluye esa ansiedad de lograr una mayor cantidad de “conquistas sexuales”, “acostones” o como se le conozca anecdóticamente.
Apenas en el siglo pasado, el conocimiento sobre lo sexual, tanto en lo referente a lo masculino, y en especial sobre el funcionamiento de la genitalidad femenina estaba bajo el control del macho, aunque en realidad no tuviera los suficientes conocimientos, pero se daba por hecho que los tenía. Cuando surgió la píldora anticonceptiva, era él y no ella quien debería saber cómo administrarla. Claro que esto tenía que ver con un control sobre ellas, pues son ellos los históricamente encargados de iniciar sexualmente a la mujer y de alguna manera, hacerle sentir que el placer de ella depende de lo que él sabe, por lo cual no es fácil tolerar a una mujer con cierta experiencia sexual, puesto que al final la terminan cuestionando, sobre ¿Con quién lo aprendió? Así como también ser el responsable del orgasmo de ella, él es quien se lo proporciona. Cabe cuestionarse entonces, si no sería mejor que la pareja pudiese aprender bajo una actitud de respeto y de enseñanza mutua. Hoy en día muchas mujeres son más libres con su cuerpo y sexualidad, cuentan con experiencia y capacidad para identificar lo que les resulta placentero, aun así ello genera mucho miedo, porque se cree que las faculta para humillar al varón llamándole “inexperto” o “poco hombre”, como con justa razón podría suceder, con hombres que por egoísmo o falta de sensibilización llegan a ser realmente torpes en la interacción sexual.
Por otro lado, los hombres se han encargado de evaluar minuciosamente con otros congéneres los cuerpos femeninos, valorarlos o devaluarlos, como en los concursos de belleza o bien con la mirada cómplice y acosadora entre ellos al ver pasar por la acera a una hermosa chica, calificar sus atributos físicos, la magnitud de los senos, en fin, les genera un abyecto y pírrico poder decidir quién tiene buen cuerpo, como si pudieran disponer de este a voluntad.
Por otro lado, tenemos a la rudeza como signo inequívoco de masculinidad, por lo cual muchos hombres llegan a ser toscos en las relaciones sexuales, lastimándolas. A todas luces, no es concebible que la tosquedad sea una característica innata de la personalidad, sin embargo, llega a ser entendida, en incluso demanda por muchos hombres y mujeres al expresar “Abrázame fuerte, como hombre”.
Muchos hombres suponen que existen mujeres que están para acostarse con ellas y luego poder exhibirlas como trofeo de caza con los amigos, en algunos casos el triunfo es mayor si estas son vírgenes, (actualmente este valor de la virginidad ha ido careciendo de importancia, sobre todo en grandes ciudades y en generaciones más recientes), sin embargo sigue siendo preocupante el índice de menores de edad obligadas a casarse, embarazos adolescentes, o los delitos de trata de personas, explotación sexual, pornografía y violaciones, que afecta a niñas y mujeres muy jóvenes.
Se da por hecho que los sentimientos no entran en este terreno, pues lo importante es el éxito y la supremacía, y por lo tanto también en esta lógica resulta totalmente justificable distinguir a esas otras mujeres que, sí serían para casarse, para formar una familia “bien”, pues corresponden a una categoría de mujer que no ha cedido fácilmente al sexo, a la cual se le pueda confiar la procreación, crianza y educación de los hijos, sobre todo cuando la decencia es un valor imperativo.
Hace no mucho, de forma expresa se enunciaba que el matrimonio es para la reproducción de la especie, y por lo tanto, la falta de fertilidad era uno de los motivos por los cuales podría proceder la disolución del vínculo matrimonial. Bajo estos infortunados supuestos, la esposa tenía que cumplir con sus obligaciones maritales, accediendo toda vez que el esposo lo exigiera, y no había opción a poner su protección y su sexo en manos de él, era incluso motivo de divorcio si no accedía, pues ella debía ser pasiva en lo que atañe a la genitalidad, esto es, no tener deseos propios, ya que, como ya se dijo, los varones son los que deben iniciar y hacerse responsables del placer de la compañera. Indudablemente esto genera incomprensión, que ellas vayan perdiendo el interés hacia lo sexual, falta de realización y de identificación mutua en la pareja.
Seguramente seguirán existiendo hombres, aquí y en otras partes del mundo que se aferren en continuar con el antiguo modelo de aquella arcaica sexualidad de dominación, pero cada vez serán menos, porque ya no son creíbles, muchas mujeres abiertamente dicen que “prefiero estar sola que mal acompañada” y la verdad echan en muy poca falta la interacción sexual con sus parejas, porque se dan cuenta que eso es solo una faceta de su ser, no las define, a la par cada vez más hay hombres que ven desmoronarse su anterior dominación, y aumentan aquellos que buscan grupos de hombres para debatir los antiguos modelos y proponer nuevos conceptos en la búsqueda de un crecimiento compartido.