Por: Fernando Espinosa Rúa
Siempre existe una educación sexual que puede provenir de distintas fuentes de información, pero muchas veces repite y propaga ideas erróneas, que a la vez son más persistentes e imperceptibles ya que ello se da cotidianamente, como son las charlas con la familia o los amigos, o bien, la que los medios masivos de comunicación nos transmiten día con día a través de comerciales, series o películas.
A esta educación todos hemos estado expuestos y aún más, también solemos ser educadores sexuales, y entre broma y broma vamos transmitiendo ideas equivocadas o comentarios que hemos escuchado decir a otros, pero no estamos seguros y mucho menos tenemos evidencia y argumentos para probar que son ciertos.
Esto sin embargo, no es nuevo, la sociedad victoriana impuso muchas restricciones en cuanto a la sexualidad tales como que los hombres debían de casarse después de los 30 años y el sexo se desaconsejaba después de los 50 y todo con la finalidad que los hombres destinaran toda su fuerza en la produccion. El coito debería ser rápido, el orgasmo de la mujer no tenía importancia, pues eran frígidas. Los médicos prescribían a los novios que no se hablara de sexo y convirtieron las poluciones nocturnas, la masturbación y el “furor uterino” en terribles enfermedades.
La arbitrariedad y exceso de dichos prejuicios y represiones, van de la mano de la doble moral, y ello tampoco es nuevo, puesto que en la época victoriana, en Londres en 1859 existían 933 prostíbulos, sin contar con las trabajadoras sexuales callejeras, los establecimientos destinados a prácticas sexuales de flagelación masculina y otros especializados en la prostitución infantil, tal como lo menciona Foucault el sexo placentero queda reservado a la marginalidad, a lo que se agrega que para ello se crean diversos mecanismos de control social.
De ese entramado también se generó la idea imperante de que los hombres no deben de mostrar sus sentimientos ante las mujeres y otros hombres, pues pueden llegar a mostrarse y ser “vulnerables”. Recuerdo un relato de un varon que cuenta sobre su primera experiencia sexual. “ A los 13 años, su tío lo llevo con una mujer mayor, alrededor de los 30, para hacerlo “debutar” como hombre, era su regalo de cumpleaños. Al regresar a su casa se puso a llorar, sin embargo, a sus amigos no les pudo contar lo mal que la había pasado, ya que al intentar contarles, ellos más bien lo vieron con admiración por ser “todo un hombre que ya había poseído a una mujer” y ahora pertenecía a ese grupo de poder, “no quise arruinar ese reconocimiento”, pero, ese silencio esconde un dolor que dicha persona revela que lo ha acompañado una buena parte de su vida. Los hombres no nombramos nuestras heridas sexuales, ni las que causamos. Nuestra sexualidad está llena de silencios y frustraciones, escondidos detrás de la pose de macho exitoso y no mencionarlos en realidad no los desvanece.
Algunos varones piensan que no son los bastante competentes y eficientes si no han dominado y ejercido todas las posiciones sexuales que aparecen en libros, carteles o camisetas, donde se describen “365 posiciones, una para cada día del año”, y que se anuncian para hacer el amor de manera no convencional, pero que más bien nos llenan de dudas, sin pensar que para muchas de ellas se necesitaría ser todo un acróbata, ya que muchas de ellas son un verdadero desafío a las posibilidades del cuerpo humano y por lo menos implica tener una elasticidad superlativa.