Los primeros astronautas desde la era Apolo aterrizarán en la superficie lunar a finales de esta década. Si el programa Artemis de la NASA avanza según lo previsto, establecerá poco a poco una presencia permanente en la Luna, alrededor del polo sur, rico en agua.
No es tarea fácil. El satélite terrestre es uno de los entornos más extremos y hostiles del Sistema Solar: presenta cambios bruscos de temperatura, se ve sacudida ocasionalmente por intensos terremotos lunares y casi siempre está empapada por la radiación galáctica y estelar.
“La superficie lunar es hostil para los humanos y las máquinas”, reconoce Tracy Gregg, vulcanóloga planetaria de la Universidad de Buffalo (Estados Unidos).
Aunque las estructuras artificiales levantadas sobre el astro proporcionarán refugio, sería útil que la propia Luna ofreciera algunas defensas naturales.
En la Tierra existen tubos de lava y cuevas que han servido de refugio a los viajeros durante casi 10 000 años. Es probable que la caverna descubierta recientemente sea muy similar a la terrestre, y los científicos sospechan que no es la única: se cree que existen miles de conductos de este tipo por toda la Luna.
Las paredes volcánicas primigenias de estas cuevas proporcionarán a los geólogos una ventana al pasado lejano de la Luna, y también pueden contener agua (hielo) de un valor incalculable, que podría convertirse en combustible para cohetes.
Pero lo más importante es que, si existe esta red de cuevas extraterrestres, podrían ofrecer protección frente a las amenazas que provienen del exterior de la Luna, desde la radiación solar hasta la caída de micrometeoritos, explica Leonardo Carrer, investigador de la Universidad de Trento (Italia) y autor del nuevo estudio.
Cómo son las cuevas lunares
En la actualidad, la Luna es un desierto tranquilo y plateado. Pero antaño fue un paraíso volcánico hiperactivo, donde la roca fundida brotaba al espacio y volvía a llover en forma de lágrimas de cristal, y donde se agitaban enormes mares de lava. Con la pérdida de gran parte de su calor interno, el vulcanismo lunar se extinguió, dejando tras de sí todo tipo de accidentes geológicos en la superficie.
Entre ellos se encuentran los tubos de lava, túneles huecos que en su día aislaron y canalizaron ríos de roca incandescente. Existen, y se siguen creando, en la Tierra hoy en día. Hace tiempo que se cree que en la Luna se esconden tubos de lava fría y cristalizada, cuevas y conductos, sobre todo en las zonas oscuras de los mares magmáticos congelados.
Las cuevas podrían ser la clave para poder explorar la Luna
El refugio es la máxima prioridad. “Se trata de disponer de un hábitat preparado en el que los astronautas puedan pasar largos periodos en la Luna sin contraer cáncer”, explica Paul Byrne, científico planetario de la Universidad Washington de San Luis (Estados Unidos).
Y el refugio cobra especial importancia durante las tormentas solares. El prominente campo magnético de la Tierra y su densa atmósfera protegen el terreno de todas las erupciones solares, excepto de las más aterradoras. Pero la Luna carece de ambos, lo que significa que su superficie es bombardeada por esa radiación cada vez que se encuentra en la línea de fuego del Sol.
Los astronautas desprotegidos podrían enfrentarse a dosis de radiación entre peligrosas y mortales. “Una tormenta solar podría matar literalmente a la gente que se encuentra en la Luna”, advierte Gregg. “A los ordenadores tampoco les gusta la radiación solar”.
La radiación es absorbida y luego reemitida por la superficie lunar, lo que también podría dañar a los astronautas a largo plazo. “Estar en la superficie en general, incluso cuando el Sol no nos lanza sus llamaradas, sigue sin ser una gran idea”, considera Byrne.
Estas cavidades también podrían servir de santuario frente a otras amenazas. La temperatura de la superficie del satélite terrestre puede subir y bajar cientos de grados con notable rapidez, dependiendo de si está iluminada por la luz solar. Afortunadamente, es probable que “el interior de las cuevas lunares mantenga una temperatura estable”, considera Carrer, lo que ofrece otra ventaja.
Los meteoritos del tamaño de una tostadora o más pequeños no suponen una amenaza para la Tierra, porque su atmósfera los incinera. Pero la Luna no tiene ese escudo gaseoso. “Su superficie es bombardeada continuamente por micrometeoritos, que acaban degradando todo lo que queda fuera”, explica Gregg.
Pero el mero hecho de saber que esas cuevas existen, después de años de teorías, reconforta a cualquiera que busque respuestas a los misterios de la Luna, un orbe cuyo destino está tan estrechamente ligado al de la Tierra.
“Lo importante es que ahora hemos identificado una cueva accesible que podría ser el objetivo de una futura misión robótica”, celebra Bruzzone. “Estamos preparados para dejarnos sorprender”.
Con información National Geographic
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