Nunca un problema de luz ha ofrecido tanta claridad sobre la crítica situación de un país como lo que ha ocurrido en Venezuela desde las cinco de la tarde del jueves. A esa hora, un apagón dejó sin electricidad al país. Lo que en un principio se pensó que sería un corte más, uno de esos que se repiten cada dos por tres, se prolongó durante horas. Casi un día en el que los venezolanos se quedaron sin energía eléctrica y con una mayor dosis de hartazgo, miedo y desesperación. La crisis evidencia el abandono del sistema eléctrico por parte del Gobierno de Maduro, que acusó a la oposición y a Estados Unidos de producir un sabotaje y pone a prueba el liderazgo de Juan Guaidó, más visible que Maduro pero con escaso poder de maniobra.
La imagen de Caracas era fantasmagórica. En una capital acostumbrada a aparentar una normalidad que no existe, la mañana de este viernes resultaba irreal. Las largas avenidas de la ciudad eran un solar por las que apenas transitaba gente. Las pocas que sí, lo hacían como si nada, caminando hacia el trabajo, decían, pese a que Nicolás Maduro había suspendido las clases y la jornada laboral. El apagón no solo dejó sin luz la ciudad: también la calló. El bullicio que acompaña cualquier día en Caracas se había evaporado.
Los lugares más vulnerables cuando se produce un corte de energía suelen ser los hospitales, lastrados a diario por innumerables carencias. En el Materno Comandante Supremo Hugo Chávez Frías, de El Valle (oeste de Caracas), no se atendía a embarazadas que necesitaran una cesárea por falta de luz y hasta este viernes por la mañana de agua. “Solo están atendiendo partos naturales porque no hay luz. Hace unas horas llego el agua. A las mujeres que vienen se les recomienda ir a otro hospital”, aseguraba una trabajadora del centro médico. La hermana de Giordano Ramos, un joven residente de El Valle, acudió al Hospital Clínico Universitario. Horas antes había estado en el Hospital Materno de El Valle, pero le dijeron que no podía ser asistida por un médico. “Ella tenía 3 meses de embarazo y sufrió un aborto espontáneo. Supo que había perdido al bebé después de hacerse un eco. La trajimos al Clínico, pero lleva horas en observación y sin extraer el feto”, explicó. Pedro González, que se identificó como administrador del HUC, dijo que había tres plantas eléctricas funcionando. “Todo funciona de maravilla”, afirmó.
En los comercios que abrieron predominaba la ansiedad. En una panadería cercana a la avenida Libertador, una zona tradicionalmente chavista, medio centenar de personas hacía fila a las 10 de la mañana para comprar algo de lo poco que había. La sensación de que el problema se pueda extender durante días llevó a los caraqueños que se lo podían permitir –una minoría- a salir en tromba para hacer un acopio de alimentos. “Me llevaré lo que consiga”, comentaba con resignación Asdrúbal Sánchez, de 44 años, vecino de la zona.
Frente al local, decenas de personas esperaban a un transporte que no sabían realmente cuándo pasaría o si lo iba a hacer. “Yo ya me cansé de andar”, decía Daniel Cardona, de 37 años, quien tuvo que pasar la noche en casa de un amigo. Desde la tarde del jueves el Metro de la capital —una infraestructura clave en pleno regreso a casa de los trabajadores— interrumpió los viajes. La gente se agolpaba en las puertas de las estaciones, incrédulas, poco después de que ocurriese el apagón. En un país donde los cortes energéticos son habituales, la mayoría pensaba en aquel momento que se restablecería con el tiempo. Las horas pasaron y la situación no hizo más que empeorar, obligando a miles de personas a buscar medios alternativos de transporte o a caminar kilómetros hasta sus hogares.
También se vio afectado el servicio telefónico, tanto de voz como de datos. Las comunicaciones se volvieron una quimera, lo que también golpeó a la información. En Venezuela, las redes sociales se han convertido en un resquicio ante el bloqueo informativo y la propaganda oficialista. En esta ocasión, los vídeos e imágenes no fluían como de costumbre.
El corte también afectó al tráfico entre la costa y el distrito metropolitano de Caracas y al aeropuerto de Maiquetía, que activó un plan de contingencia para garantizar un mínimo de vuelos nacionales e internacionales. A última hora del jueves, la plantas de luz solo abastecían a la torre de control y a las luces de la pista. Uno de los últimos vuelos en aterrizar fue el que llegó de Panamá el jueves a las seis de la tarde, poco después de que se produjese el apagón. Para entonces aún había luz suficiente para aterrizar –apenas estaba atardeciendo-, pero no en el aeropuerto. El personal de migración tuvo que operar de forma manual, sin acceso a las bases de datos, apuntando los nombres de los pasajeros en un cuaderno mientras estos iluminaban con sus celulares a los funcionarios. Fuera, se había cortado la información sobre los vuelos y las conexiones. La confusión era total
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