Por: José Luis Solís Barragán.
Corría el 2014, la luna de miel del entonces Presidente de México Enrique Peña Nieto, con la ciudadanía, con el capital y con el exterior se encontraba en su mejor momento. No había grandes errores y, por el contrario, se aplaudían los aciertos.
Las reformas estructurales eran lo suficientemente grandiosas que parecía que México se enfilaba hacia el rumbo correcto; los viejos monstruos del sistema se encontraban muy lastimados; la inseguridad y las fosas no eran en realidad un tema que llamara la atención del Presidente.
Todo el equipo de Enrique Peña Nieto, se aferró como pudieron en desterrar la inseguridad de la agenda pública, pero septiembre del 2014; la realidad golpeó como un balde de agua helada a toda un administración que empezaría a resquebrajarse.
Ayotzinapa, nos mostró a todos los mexicanos, que aunque no quisiéramos contar nuestros muertos; la guerra contra la delincuencia organizada aún no se terminaba; nos dejó ver que en verdad no habíamos logrado recuperar aquellas zonas en que ya se hablaba de Estado fallido.
Ese día se esfumaron 43 normalistas; pero también se esfumó gran parte de la legitimidad política de Enrique Peña Nieto; ya no había capital político suficiente para apostar, todo se lo había tragado Guerrero; y para colmo lo que se vislumbró como una administración exitosa, nos dejaba ver lo torpe, ineficiente y corrupta que en realidad terminaría por convertirse.
Menos de dos años acabaron con un sexenio que abrió paso a un hombre que transformaría la realidad del país; que asumía que “si el crimen y los delitos crecen, es evidencia que la miseria va en aumento y que la sociedad está mal gobernada”1, que nos prometería terminar con la inseguridad y la corrupción con su simple entrada en Palacio Nacional.
Muchas promesas hizo el entonces candidato Andrés Manuel López Obrador, cambiar de tajo la estrategia de seguridad, combatir de manera frontal la corrupción, incrementar la tasa del crecimiento del PIB, disminuir la pobreza y hacer de México un país más justo y equitativo.
Estas promesas fueron electoralmente muy redituables para el Presidente López Obrador, conquisto más de 30 millones de voluntades; la sociedad mexicana le entregó un cheque en blanco al darle la mayoría en las Cámaras Legislativas; su legitimidad aumentaba sin control y sin duda cualquier enemigo se hace pequeño frente a este poder.
Las expectativas en el político de Macuspana también empezaron a incrementar sin medida, hay muchos que depositaron las pocas esperanzas que les quedaban, en aquel tabasqueño que haría realidad la transformación del país.
Sin embargo, la realidad golpeó con fuerza al actual Presidente, el balde de agua helada llegó muy rápido, a menos de cinco meses de haber arrancado su gobierno ya López Obrador enfrenta una crisis de inseguridad y que pronto se lo podrá convertir en una importante crisis política y social.
Las cifras en materia de seguridad no mienten, los crímenes van en aumento; hemos tenido jornadas muy violentas, que incluso han superado las ineficaces estrategias de los dos sexenios anteriores.
Las matemáticas nos muestran un incremento exponencial en las victimas de la violencia; pero a su vez nos dejan ver una disminución radical en cuanto a cifras de combate a la delincuencia, tales como decomisos y detenciones; todo ello muestra un Gobierno paralizado frente al crimen organizado.
No hay estrategia de seguridad; pero además el Gobierno no se deja sentir ante las tragedias, parece que tenemos un aparato burocrático torpe que no entiende la realidad que aseguró conocer tras más de 12 años de campaña electoral.
Por primera vez desde que Andrés Manuel López Obrador ganó las elecciones; una encuesta mostró una caída en cuanto su aceptación frente a la ciudadanía; por primera vez hemos visto a una sociedad, academia y oposición política, saliendo a demandar el respeto a la constitución.
Por primera vez en este sexenio, una tragedia en materia de seguridad sacudió a un país que ya empezaba a normalizar las muertes por el crimen organizado, por primera vez los reclamos al poder venían de la oposición y de fieles seguidores del Presidente.
Sin embargo, pese a todo esto, Andrés Manuel prefirió no salir a declarar nada, por el contrario siguen culpando los fracasos de los sexenios anteriores y martirizando a este Gobierno, porque la mafia del poder aún no es vencida.
Sin duda alguna este balde de agua fría puede ser la oportunidad del Presidente de buscar la reconciliación del país; y convertir sus administración en un Gobierno eficiente y que dé respuestas a ciertas a las demandas sociales; de no ser así, este será el inicio del resquebrajamiento del máximo poder otorgado a un mexicano, incluso superior al del PRI del siglo pasado.
La realidad una vez más alcanzó a los políticos y está vez es sin duda más delicado que en otros momentos; porque nuestro Presidente si vive por el aplauso, que por primera vez el país le está negando.
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