La Fórmula 1 ha perdido este lunes a una de sus figuras más carismáticas de siempre y uno de sus mayores luchadores en todos los sentidos. Niki Lauda (Viena, 1949), tricampeón del mundo en 1975 y 1977 (Ferrari) y 1984 (McLaren), ha fallecido en un hospital austríaco como consecuencia de las complicaciones derivadas de las distintas intervenciones a las que había sido sometido recientemente. En agosto pasado, se le practicó un trasplante de pulmón que le obligó a estar hospitalizado dos meses. Su delicado estado de salud empeoró como consecuencia de una gripe contraída a principios de este 2019. Según informaciones de varios medios de comunicación austriacos, al excorredor también se le estaba practicando diálisis.
La raíz de los problemas respiratorios que le acompañaban y que finalmente terminaron con su vida es, precisamente, aquello que le convirtió en leyenda. Lauda debutó en el Mundial en 1971 con March, ganó su primer gran premio en 1974 (España) ya como piloto de Ferrari antes de coronarse con la Scuderia al año siguiente (1975).
Rush, la película dirigida por Ron Howard, recoge todos los detalles de la batalla que mantuvo con James Hunt por la corona de 1976, que terminó decantándose a favor del británico después de que vienés sufriera el accidente más terrible de su vida. El Ferrari 312T con el que disputaba el Gran Premio de Alemania en Nürburgring se incendió después de estamparse contra el muro y él quedó atrapado dentro completamente expuesto. El piloto fue trasladado al hospital con quemaduras de tercer grado en la mayor parte de su cuerpo, y pese a eso solo se perdió dos carreras antes de volver a correr seis semanas después.
Su llegada a Brabham en 1978 precedió su primera retirada en 1979 —en pleno Gran Premio de Canadá—, cuando ya había diversificado sus negocios —fundó una compañía de vuelos chárter—, antes de regresar en 1982 con McLaren. Con la estructura británica logró su tercer entorchado, en 1984, tras imponerse a su compañero de equipo, Alain Prost, por solo medio punto. Su adiós definitivo a la disciplina que le convirtió en mito llegó en 1985, temporada en la que únicamente logró un triunfo (Holanda) y que supuso el primer cetro de El Profesor (Prost).
Una vez colgado el mono, Niki Lauda asumió un rol como consejero de Ferrari en la década de los años noventa, seguido por su entrada como director de Jaguar en 2001, una posición en la que solo permaneció un ejercicio. En 2012 firmó como presidente no ejecutivo de Mercedes, gran dominador de la era híbrida en la F1 con cinco dobletes consecutivos a partir de 2014. Su entrada en escena fue capital en la incorporación de Lewis Hamilton (2013), a quien logró terminar de convencer de que la mejor opción profesional para su futuro era abandonar McLaren y unirse a la marca de la estrella, una decisión acertada al 100% si atendemos a las derivas que han seguido desde entonces una y otra escudería.
Hasta las complicaciones del año pasado, Lauda era una de los rostros habituales del paddock, siempre con su jersey y su gorra roja. Su mirada penetrante era casi más imponente que las marcas que el fuego dejó en su rostro. La determinación que le llevó a triunfar con un volante en las manos también emergía en una conversación con él, circunstancia que le puso en algún que otro apuro. Uno de los que tocan más de cerca a quien escribe estas líneas tuvo lugar tras el Gran Premio de Alemania de 2014, cuando no tuvo reparo alguno en definir el Ferrari con el que competía Fernando Alonso como “un coche de mierda”.
Una llamada de teléfono del propio Niki Lauda precedió una reunión con este periodista en la siguiente cita del calendario (Hungría), y un segundo artículo en el que, de alguna forma, pretendía pedir perdón al fabricante de Il Cavallino Rampante por el lenguaje utilizado. El abrazo en Hungaroring con Marco Mattiacci, el entonces director de los bólidos rojos, rebajó las tensiones y escenificó el modus operandi habitual que reina en la F1, esa vía política que Lauda tanto dominaba.
El País
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