La ira

Por: Fernando Espinosa Rúa

“Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo”. Aristóteles

El entrenador de un equipo de deportes fue despedido por su agresividad. Un niño hace la rabieta del siglo y consigue lo que quería. Una madre discute a gritos con su hijo de 25 años por el desorden que tiene en su habitación.

Seguramente sabes muy bien cómo se siente estar realmente enojado por algo. Pero, ¿Qué haces cuando estás enojado?, ¿Gritas o golpeas al que tienes más cerca?, ¿Los que te rodean sufren a causa tus enojos?, ¿Te han dicho que ya no hagas corajes?, O, ¿Que no hagas enojar a alguien?

En la actualidad, nos hemos preocupado por el colesterol, la obesidad, la estética, pero no sobre nuestras emociones, cuando hablamos del enojo o ira, escuchamos solo ideas como: “el que se enoja, pierde”, “controla tu ira”, El enojo es una emoción que todos experimentamos en muchos momentos, ya sea por asuntos menores, como encontrarse en un atasco de tránsito, o en asuntos relevantes, como ser despedido del trabajo. El que el enojo se vuelva destructivo, es decir, que haya un exceso de energía que lejos de solucionar las cosas, las empeore, depende de nuestras creencias y valores, y de cómo lo interpretemos. Detrás de todo enojo hay algún grado de frustración, nos irritamos porque nos sentimos incapaces de controlar alguna situación o a alguna persona, en realidad no nos podemos controlar a nosotros mismos.

Sin embargo, la frustración puede crecer hasta alcanzar dimensiones delirantes en la sociedad, da la impresión de ser una reacción cada vez más habitual ante la más mínima contrariedad, la hemos incorporado y hasta nos parece algo “común”, pero, ¿Qué pasa cuando los enfados no cesan, cuando permanecemos casi todo el tiempo con el ceño fruncido, los ojos entreabiertos y a la caza de alguna pelea? Se dice que esta tiene efectos definitivos sobre la salud pues está asociada a padecer enfermedades cardiacas, gastrointestinales y otras.

Cuando nos enojamos, la presión arterial aumenta, los músculos se tensan, lo que nos permite agudizar los sentidos y se tiene la energía suficiente para actuar rápidamente. La red de terminales nerviosas ubicadas en el cerebro se activa logrando que nos sintamos amenazados, con lo cual en la sangre aumentan las plaquetas para no sentir dolor en nuestro cuerpo en caso de peligro. Al aumentar la presión arterial hay un desequilibrio y se altera la actividad cerebral que equivale a que se pierda el control de los impulsos y baje la racionalidad, ese estado hace que cometamos actos que no haríamos en “normalmente”. Nuestro cuerpo libera colesterol y sustancias catecolaminas que son las que permiten que los depósitos de grasa del corazón y las arterias se aceleren, lo cual ocasiona una descarga de adrenalina extrema afectando seriamente la buena salud del corazón y se dejan de irrigar la sangre a otros órganos importantes del cuerpo, además de que la bilis se derrama.

Imagínate estos efectos te sucedan tres, cuatro, cinco o más veces al día. ¿Cómo podría sentirse el cuerpo después de estar sufriendo este desgaste interior severo en varios años? Pues es que el sistema inmunológico se deteriora y puede ser uno presa fácil de enfermedades, como gastritis, dermatitis, colitis o síntomas desagradables como dolor de cabeza. A nivel conductual, el enojado llega a la agresión física, psicológica y verbal; daño

a propiedades; tiene dificultades para relacionarse con otras personas y falta de autocontrol. Esto puede producir violencia familiar, problemas en el trabajo incluso abuso de alcohol y otras adicciones y conductas compulsivas, a veces decimos que hay gente que vive enojada, hasta con la vida misma.

El enojo no sólo sirve para hacernos sentir mal, protagonizar peleas innecesarias, decir cosas de las que después nos arrepentimos y no medir las consecuencias de nuestros actos, también nos puede beneficiar si lo sabemos usar a nuestro favor. Sin embargo, esta emoción ha sido condenada desde hace años, como algo malo, destructivo, que es necesario reprimir, desviar u ocultar. Aún hoy seguimos manteniendo esa idea y tratamos por todos los medios de no demostrar cuando estamos enojados. Creemos que el enojo es algo irrazonable, innombrable y que no debemos mostrar, incluso se nos juzga si “por nuestra culpa, hacemos enojar a otras personas”.

Sin lugar a dudas un instrumento eficaz de supervivencia son nuestras respuestas emocionales, como la ira, las emociones son la energía que motivan las acciones e imprimen vigor fáctico de la vida.

El enojo entra en escena si se vulneran nuestros límites y lo que es valioso para nosotros, ya que esta emoción está ligada al sentimiento de justicia, está encargada de defender nuestra propiedad, a nuestros seres queridos y a nuestra identidad. Como cuando somos atacados, lastimados física o emocionalmente, como cuando somos ignorados, rechazados, excluidos, engañados, acusados arbitrariamente o avergonzados. A veces también cuando estamos frustrados ante una pérdida o ante la imposibilidad de lograr lo que deseamos y realizar nuestras expectativas o hacerlo a costa de algo que no queremos sacrificar.

Pero la rabia aumenta o se prolonga cuando pensamos que algo es injusto, como cuando alguna persona se siente superior a los demás, cuando alguien se quiere aprovechar, cuando vemos que sucede algo que no es correcto o está lastimando a alguien, También cuando escuchamos las noticias de cosas que suceden a las mujeres o niñas y a los más débiles en el mundo o en nuestro país. Cuando suponemos que las cosas y las personas deberían ser diferentes. Y esto hace que a algunos los lleve a hacer algo por la situación presente, como protestar o tomar acciones para cambiar esa realidad adversa.

El enojo puede ser un impulso para conseguir lo que queremos y tratar de resolver nuestro conflicto interno, aún y cuando sobrepasemos los derechos de otras personas. Incluso cuando conjeturamos que las personas tienen que actuar como nosotros queremos de forma voluntariosa, o pensamos que eso es lo correcto, es decir, cuando somos intolerantes, desesperados o tenemos sentimientos de violencia o de venganza y resentimiento.

Narciso Irala, misionero jesuita en China, menciona que la ira se desata cuando acuden a la mente ciertos pensamientos y plantea cuatro orígenes de la misma:

· Raíz en la soberbia, cuando uno piensa que “yo tengo la razón, lo que digo es la verdad y se tiene que hacer”.

· Raíz en la amargura, “todo el mundo está en mi contra”.

· Raíz en el dolor, cuando hay personas que se sienten importantes haciéndose pasar por víctimas o inventan que son víctimas de los demás, “este dolor es insoportable”.

· Raíz en la intolerancia, según la cual la persona intolerante manifiesta su falta de respeto hacia las opiniones, formas de pensar, actuar e incluso ante las características físicas de otros.

Por otro lado, no podemos negar que el enfado junto con la tristeza son las emociones más usadas para manipular a los que nos rodean, ejemplos sobran, como cuando me enojo con alguien por no acompañarme, para que mis padres me compren lo que les pedí, me enojo para que mis hijos me obedezcan y hagan lo que yo quiero.

Según un artículo de la Asociación Americana de Psicología, se ha demostrado que dar rienda suelta a la ira y la agresión no ayuda a resolver la situación, al contrario, la agrava o la estanca. Muchas veces al querer negar lo que sentimos, y no gestionarlo o conciliarlo, no decimos nada, pero estamos hirviendo por dentro, o bien respondemos de manera irónica o con el sarcasmo, queremos lucir poderosos, pero en realidad actuamos así por una gran incapacidad.

Generalmente las palabras ira, cólera, enfado, rabia, enojo o furia, suelen ser sinónimos, sin embargo, es importante entender que hay “niveles de furia” y no son lo mismo. El enfado lo sentimos como cuando queremos irnos a dormir por estar agotados, o cuando la ropa nos incomoda, pero ello no afecta a otros. El enojo viene cuando le damos toda una significación, que sentimos que se burlan de nosotros, que se aprovechan, que no se tiene alguna consideración, etcétera. La furia se acrecienta cuando ya algo nos ha molestado por un periodo considerable, cuando uno ha sentido que han abusado. Empezando con las verbalizaciones, la idea de expulsar la energía acumulada, siguen los gritos o querer golpear.

El gritar o golpear es una manera de liberar la energía acumulada por nuestro enojo, pero cuando la persona da salida a su rabia sin pensar en las consecuencias, provoca violencia a su alrededor, el inconveniente es que si esta se reprime se puede tornar en una agresión interna y externa constante.

La ira como toda emoción es de corta duración, así que lo recomendable es dejar que esta fluya y regrese el cuerpo a su equilibrio, por lo cual debemos de alguna manera exteriorizar el sentimiento, pedir a las personas que están alrededor unos minutos para calmarme y recuperar la armonía. Así las personas no se sorprenderán si manifiestamos un arranque súbito y totalmente irracional. Es mejor decir “vengo enojado, por favor denme unos minutos para relajarme”, asimismo nos puede ayudar una respiración profunda acompañada de la pregunta ¿Para qué me sirve la rabia en estos momentos?

Sentir ira, decirle a alguien que uno la siente y hablar de este sentimiento es saludable y necesario en la medida que se reconozca que parte de uno mismo y se evite devolver con la misma moneda al objeto que produjo esa ira como una forma de venganza o bien encerrarla en el interior, ya que tarde o temprano ésta saldrá, tal vez de forma más violenta y en una escalada sin fin. Lo importante es canalizar esta energía que lleva consigo el enojo a través de formas más saludables, tener templanza.

Analiza que es lo que te hace enojar, ¿La situación?, ¿La persona?, ¿El que la cosas no salieron como tu querías? Después de hacer este ejercicio regresa con la persona quien te hizo enojar y si es buen momento y está calmada, formula un mensaje claro al expresar la incomodidad generada por su conducta, para hacerle saber cómo te sientes, por ejemplo,

evita decir: “!!! Nunca me haces caso¡¡¡, ¡Siempre debo gritarte para que recojas tus juguetes ¡”. En cambio, un mensaje claro es: “Temo caerme cuando dejas tus juguetes en la escalera y no me gustaría ir al hospital si me lastimo”. Como se puede ver, se trata de concientizar sobre las consecuencias y la responsabilidad. No es lo mismo expresar tu enfado gritando y amenazando que expresarlo, hablando de un modo algo severo sí, pero con mesura y una intensidad y sentido apropiados.

También es bueno preguntarse ¿De quién es realmente la responsabilidad?, ¿No seré yo el problema?, ¿Son razones válidas?, ¿El enojo es desproporcionado?, ¿De verdad es para mejorar tu entorno o la vida de quienes te rodean?, ¿Cuál es la mejor menara de llegar a un acuerdo? Ese tipo de preguntas ayudan a tranquilizarse y a controlar las emociones, también es cuestión de tiempo y de dialogar con uno mismo antes que seguir albergando rencor, y como toda crisis, debe tener un inicio, un fin, una solución y un aprendizaje, no permitas que el sol se ponga y que siga tu enojo, si al final del día aún continúas enojado, ¿Cómo podrás dormir?, no vale la pena.

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