Por :Fernando Espinosa Rúa
A veces se piensa que el machismo ha desaparecido en México, gracias a los enormes cambios económicos y socioculturales de las últimas décadas. Es inevitable ignorar la manera en como la incursión masiva de las mujeres en el mercado laboral y del consumo ha erosionado o puesto en tela de juicio los valores del machismo tradicional.
Asimismo, un número creciente de mexicanos considera que las mujeres deben estudiar y trabajar; ya no se le deposita tanta importancia a la virginidad premarital; algunas brechas entre niñas y niños y mujeres y hombres se han reducido, como en el acceso a la educación, salud o vivienda, aún cuando siguen siendo considerables e inaceptables; hay mayor convencimiento de que los hombres deben participar en las tareas domésticas y el cuidado de los hijos, por mencionar algunos aspectos que marcan una diferencia sustantiva.
La Ley y la sanidad pública reconocen que la planificación familiar compete a la mujer y no es una decisión del marido, y mucho menos un asunto en el que las iglesias deban tener injerencia. También, vemos que en algunos sectores sociales el paradigma masculino ha dejado de ser tan autoritario y más comunicativo e involucrado con la familia, como en épocas cuando el patriarcado no era hegemónico.
Sin embargo, tanto en las ciudades y, sobre todo, en los lugares más remotos de nuestra republica todavía se sigue perpetrando el machismo, y frecuentemente para ello no obsta el estatus social, ya que, las expresiones más viles, como el feminicidio y la violencia intrafamiliar, afectan sin distingo a las mujeres de cualquier posición socioeconómica. No es que antes las cosas fueran mejor, sino que había un silencio e invisibilidad propicios para dejar impunes a los agresores y a revictimizar a las agredidas.
Todavía podemos observar a nivel nacional e internacional, cada vez que un político habla, llega a mostrar en sus discursos discriminación y machismo en todos los niveles, asimismo, la clase política y cúpulas empresariales soslayan la presencia de las mujeres en los puestos de dirección, se les niega el derecho a su desarrollo político y a ejercer su liderazgo y capacidad gerencial, se les condiciona y escatima el acceso a posiciones de mayor responsabilidad aunque tengan más mérito que los hombres, se les exige más y con ello se les impone “techos de cristal”, se les descalifica por embarazarse, decidir por la maternidad y por ser “hormonales”, las burbujas de poder y las élites son dominadas por varones y prevalece el compadrazgo y la arbitrariedad en el reparto de componendas.
En muchos ámbitos las mujeres son, en esencia, “objetos estéticamente agradables”, se llega a decir que “si una mujer quiere ser periodista, debe ser sensual”, “Las noticias malas sobre ti no importan mientras tengas una novia sexy”, dijo Donald Trump. El expresidente del Consejo General de la Ciudadanía en el Exterior, Castelao Bragaño, llevaba dos días en su cargo en octubre de 2012 cuando al reclamar el acta de una reunión, al ver que faltaba un voto para formalizar un documento, dijo: “No pasa nada. ¿Hay nueve votos? Poned diez… Las leyes son como las mujeres, están para violarlas”.
Los políticos mexicanos y líderes de otros sectores y comunidades del país también han sido pródigos en difundir estereotipos y proferir violencia verbal y de todo tipo, pero también en ser omisos o minimizar la gravedad de la situación que padecen las mujeres, de igual forma, la discriminación y exclusión se han vuelto más sutiles, pero para nada desaparecen.
Apenas en marzo pasado, tras una ola de feminicidios, el Gobierno Federal irritó a los colectivos de mujeres por no dar centralidad a este cáncer y seguir con sus prioridades hasta ese momento, como la rifa del avión presidencial.
Si bien la violencia contra las mujeres tiene décadas de estar enquistada y es resultado del modelo neoliberal que aliena el valor de la vida y dignidad humana y descompone el tejido social, en los últimos años se ha agravado porque no ha habido persecución del delito, protección de víctimas, ni impartición de justicia suficientes, ello no está adecuadamente atendido tanto en su causa raíz como en sus efectos funestos, que es la muerte y daño irreversible tanto físico, como moral y sicológico de miles de mujeres.
Hoy día, la pandemia del COVID-19 quitó los reflectores de ese tema, pero muchísimas mujeres están confinadas con sus agresores, las siguen matando y violentando, incluso sigue habiendo desapariciones y las mujeres no están seguras en las calles pero tampoco en sus casas.
Con el llamado “home office”, o tele trabajo, a muchas mujeres se les triplicó la carga de trabajo y responsabilidad, y no hablemos del personal de limpieza, predominantemente femenino que sigue yendo a trabajar a las casas de los privilegiados, aparecen furtivamente y en segundo plano en los “tik toks”, transmisiones en vivo, video conferencias y demás maravillas de la tecnología, con escobas, cubetas, lavando los trastes, cocinando ricas viandas, y obvio, tienen que seguir saliendo a la calle por necesidad poniéndose en riesgo a ellas y a sus familias.
Todo esto parece estar ausente de las leyes, de los programas de gobierno y de la agenda de los políticos de todos los partidos y tendencias, también de los grupos intelectuales y “críticos” del gobierno, aún más, de la de algunos grupos de feministas que salieron a marchar el 8 de marzo y que hicieron paro el día siguiente, las que pudieron, claro está.
A esto último, la Maestra Evangelina García Prince le llamó interseccionalidad e intersectorialidad, señalando que no basta que haya igualdad entre mujeres y hombres, sino que para ello se necesita considerar también las diferencias y desigualdades socio económicas entre cada sector y grupo de personas los que pertenecen.
El machismo, además de estar sustentado en prejuicios e ignorancia, tiene muchas desventajas tanto para hombres como para mujeres, desde la violencia, soledad, desequilibrio mental y emocional, exponerse a situaciones de riesgo individual y colectivo, e incluso la muerte.
Con el machismo perdemos todos.
En este epidemia tampoco ha faltado el privilegiado que, sin respetar el derecho humano a la decisión informada, y que con masculinidad violenta asevera que el virus no existe, que tampoco debería haber vacunas para ninguna enfermedad, que llama a no hacer caso de las autoridades de salud y que se regodea por denostar el uso de cubrebocas y otras medidas de política pública de contención del contagio, se envalentona pues. En el otro extremo están quienes subrayan que las mandatarias de Alemania, Nueva Zelanda, Taiwan y otros países están manejando mejor la crisis sanitaria, como tratando de encajar la imagen de las mujeres líderes en el estereotipo de madre protectora, que custodia las funciones de reproducción social.
Sin duda, falta mucho por hacer, por darle la vuelta a las desiguales relaciones entre mujeres y hombres, este cambio inevitablemente es social y político, una de las condiciones es que mucho más mujeres lleguen a las posiciones de toma de decisiones para que impulsen los cambios en las leyes, programas, prácticas y acciones públicas y privadas para que, con una visión del mundo que compagine la perspectiva de ambos sexos, sus necesidades y expectativas, haya un reparto paritario y consensuado de responsabilidades, esfuerzos y beneficios.
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