Por Fernando Espinosa Rúa
“Los hombres no lloran”, frase tan gastada pero que todavía la seguimos reproduciendo sin entenderla o porque no tenemos otra respuesta cuando vemos a un niño llorar.
Desde niños nos enseñan a minimizar nuestro dolor o llanto con el supuesto que es algo para mujeres, se va aprendiendo que deben contener su llanto ante una caída o golpe que le des produjo mucho dolor, el “aguántese, que no es hombre”, pues no debe mostrar su cobardía y debe soportar el dolor. Cuantas veces no se ven en los juegos deportivos donde un varón es lastimado y la sociedad lo critica, lo minimiza con que “se hace el chillón, no fue para tanto” .
De esta forma, la tristeza y el dolor son catalogados como emociones femeninas, generando la postura que un “hombre nunca llora”, como si los sentimientos de las mujeres fuesen de menor valor. Frases como “a mi no me afectan esas tonterías” “a mi nada me quiebra”, entre otras, son ideas que reprimen en el hombre adulto, el dolor y la tristeza.
Seguramente te has topado con algún hombre que al ver una película “romántica” queda conmovido o en alguna otra situación, pero no puede llorar, aunque veas en él esa emoción a punto de estallar, sencillamente se contiene y se disuelve en segundos.
Sin embargo, solo existirán momentos en que, si lo podrán demostrar, en situaciones fuertes, como podría ser la pérdida de un ser querido o cuando su corazón ha sido roto, que entre bebidas embriagantes y canciones de dolor y traición lo podrán demostrar sin ser criticados. los hombres no pueden hablar sobre sus problemas tan fácilmente y generalmente tienen a un o dos confidentes que a veces es el compadre.
La tristeza tiene una función adaptativa, al volver más lento nuestro funcionamiento metabólico, nos quita la energía para distraernos y nos obliga a reflexionar sobre nuestro estado y a procesar lo que nos haya sucedido. Es un pilar fundamental en el crecimiento personal. Se encarga del recogimiento y de dedicarnos tiempo a nosotros mismos, de pensar y meditar en los cambios para cerrar etapas. Es necesaria para reintegrarnos como personas después de habernos “hecho trizas” por cualquier causa: una ruptura, un despido, una pérdida entre otros.
Cuando te sientes decaído, los circuitos cerebrales del dolor físico y emocional se enmascaran, esto no solo ocurre en las áreas cerebrales relacionadas con el componente puramente afectivo del dolor, sino también en las zonas relacionadas con la percepción somática del mismo. En consecuencia, genera un impacto negativo sobre tu cuerpo, sobre todo el sistema inmunitario que aumentara potencialmente bajo el riesgo de sufrir una enfermedad sobre todo inflamatoria.
Se ha comprobado que aumenta la sensibilidad al frío, afecta al apetito, aumentando el riesgo de que subas de peso y puedas sentir que la comida no tenga sabor. Puede haber cambios en la presión arterial. Las personas que no la quieren demostrar suelen presentar conductas evasivas como el abuso de drogas o el alcohol.
Quizás el costo más alto de rechazar que uno este triste, es el privarse del consuelo y la simpatía de los demás ya que compartir esos momentos crea vínculos más profundos y nos acerca a sentirnos más humanos.
Cuando tengamos una igualdad de genero sera posible que al hombre se le permita expresar mas libremente sus sentimientos, pues, cuando ellos sufran por cualquier motivo, podrán liberar el dolor y no serán tachados de maricón o poco hombre.
A propósito de la tristeza, Rainer Maria Rilke, en cartas a un joven poeta, la señala como una fuerza transformadora. “cuanto más callados, cuanto más pacientes y sinceros sepamos ser en nuestras tristezas, tanto más profunda y resueltamente se adentra lo nuevo en nosotros. Tanto mejor lo hacemos nuestro y con tanto mayor intensidad se convierte en nuestro propio destino.