Agua con gas y deporte: beneficios, riesgos y mitos de la hidratación

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Durante los últimos años, el agua con gas ha dejado de ser una bebida de ocasión para convertirse en una opción habitual entre deportistas y aficionados al fitness. En gimnasios, pistas y carreras populares, muchos atletas la eligen por su sabor y sensación refrescante, mientras otros la evitan por las molestias que puede causar durante el entrenamiento.

Esta tendencia refleja una búsqueda constante de nuevas formas de hidratación deportiva, un terreno donde la ciencia, la experiencia personal y la cultura fitness se entrelazan. ¿Qué tan buena idea es beber agua con gas antes o después del ejercicio?

Los beneficios: sabor, minerales y sensación refrescante

Una de las principales razones detrás del auge del agua con gas en el ámbito deportivo es su sabor. El ácido carbónico genera una sensación burbujeante que muchos describen como más satisfactoria que la del agua natural, lo que puede favorecer una mayor ingesta de líquidos en quienes suelen beber poco.

Además, ciertas marcas de agua carbonatada contienen minerales como magnesio, sodio y calcio, que pueden contribuir —aunque de manera limitada— a la reposición de electrolitos tras un esfuerzo físico. En climas cálidos o entrenamientos moderados, esta combinación puede ofrecer una hidratación más agradable y ligera que las bebidas isotónicas tradicionales.

Algunos estudios también sugieren que las burbujas estimulan los jugos gástricos, ayudando a favorecer la digestión tras comidas pesadas, lo que podría beneficiar a quienes entrenan después de comer.

Los riesgos: hinchazón, flato y menor rendimiento

Sin embargo, los efectos secundarios del agua con gas no son menores. Su consumo durante o justo antes de entrenar puede generar distensión abdominal, gases, reflujo y sensación de pesadez, especialmente en actividades de alta intensidad o con movimientos bruscos como el running o el crossfit.

Según reportes de The New York Times y Runner’s World, atletas profesionales describen episodios de incomodidad digestiva, pérdida de concentración y disminución del rendimiento cuando sustituyen el agua natural por agua con gas. Las burbujas, aunque refrescantes, pueden aumentar la presión abdominal y provocar una sensación de saciedad temprana, lo que reduce la cantidad de líquido ingerido.

Además, a diferencia del agua corriente, la carbonatada no contiene flúor, un mineral esencial para la salud dental, ni puede reemplazar a las bebidas con electrolitos en entrenamientos prolongados.

La clave: personalizar la hidratación

Los expertos coinciden en que no existe una respuesta única. La tolerancia al gas varía entre individuos, por lo que el agua con gas puede integrarse en la rutina deportiva solo si no produce molestias.

La mejor estrategia es hidratarse con agua natural antes y durante el ejercicio, reservando el agua con gas para momentos de descanso o recuperación, especialmente si se busca una opción más atractiva y menos azucarada que las bebidas comerciales.

En ejercicios de resistencia o con altas temperaturas, los especialistas recomiendan complementar con bebidas isotónicas o agua con sales minerales, para reponer sodio y potasio perdidos por el sudor.

Equilibrio entre disfrute y funcionalidad

El agua con gas puede ser una aliada refrescante, pero no debe reemplazar las pautas de hidratación tradicionales. Su consumo responsable y adaptado al tipo de actividad física puede integrarse sin riesgos, siempre que el deportista escuche a su cuerpo y mantenga un enfoque equilibrado.

En definitiva, no es el gas, sino la estrategia de hidratación, lo que marca la diferencia en el rendimiento y el bienestar físico.

Con información de La Verdad Noticias.

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