Por: Daniel Rangel
En esta ocasión no habrá lugar para la duda: eres o conoces gente que se trastorna al estar detrás del volante. Que si alguien se te metió, ya le refrescaste a su progenitora; que si se te pasó la salida, ya maldijiste; que si el de enfrente no avanza, ya le pitaste varias veces y le gritaste improperios, o si te pitaron a ti, te bajaste del carro para irle a dar una lección.
Este es el ambiente donde el dominio de las respuestas emocionales queda desatado y devela varios aspectos personales que conducen al mismo lugar: un inadecuado manejo de las reacciones afectivas; o como varios le dicen: falta de «inteligencia emocional».
¿Quién es el estúpido?
Muchas de estas molestias tienen razón de ser, pues al final, el otro conductor es quien pone a parir chayotes al resto de los automovilistas con sus decisiones abruptas y peligrosas, vulnerando la integridad de uno, de los acompañantes, del vehículo e, incluso, de peatones.
Varios de estos movimientos imprudentes se tienden a relacionar con la falta de pericia, de inteligencia, con ser mujer, un niñato o un antisocial; sin embargo, se deja de ver otros aspectos ajenos a estos elementos. Por ejemplo, desconocer una zona sin señalética y meterse en sentido contrario; o realizar quiebres repentinos para no arrollar a un perro o caer en un hoyo; sin olvidar a los que se les fundió en el trayecto una direccional, entre muchos ejemplos más. Es decir, aspectos que no guardan relación con la estupidez.
Eso sí, cuando uno hace algo similar, uno es el estúpido para los demás, y ¿por qué no? Después de todo, ellos desconocen por qué se tuvo que actuar con imprudencia, justo de la misma manera en que lo hacen otros y tú te irritas con ellos.
La anécdota del carro atravesado
El semáforo estaba en rojo para los que íbamos sobre la avenida; al lado y de forma paralela hay un puente vehicular, debajo de este un carro intentaba cruzar la avenida cuando el semáforo lo detuvo. Al momento de que avanzamos, tuvimos que romper la línea recta los que íbamos en el carril izquierdo, porque ese carro dejó asomando la punta en nuestro carril; detrás de él había otros 2 o 3 carros, lo que dificultaba que retrocediera.
Esto me hizo pensar si era pipiolo al volante ante semejante error de cálculo. Suponiendo que fuera así, su justificación sería que aún no había aprendido a medir los espacios. Pero ante nuestra ignorancia, fue amparado por el beneficio de la duda.
Sin duda, tuvo culpa, pero al carecer de información sobre la causa, es absurdo despotricar contra él. Esto es un principio para controlar la respuesta afectiva; bien dice un fragmento de la Biblia: airaos, pero no pequéis.
¿Por qué la exaltación?
Son diversos los factores que influyen en esto: el estrés mismo de estar atento a los autos y baches, de ir a vuelta de rueda…; ansiedad por llegar a tiempo a una cita; frustración por esperar que los demás manejen bien; estrés por los llantos de los críos; preocupación por una situación que se está viviendo en el trabajo, casa…, sentirse menospreciado por la gente, etcétera.
Cada uno vive una situación que lo desestabiliza por un asunto en particular y lo lleva a responder mal; por ello, no hay una solución universal para quienes tienen problemas en este tema.
Recuerdo el caso de una persona con problemas de autoestima, quien se bajaba del auto para encarar a los conductores que lo incomodaran, de esta forma intentaba convencerse de su valía. Este caso, por ejemplo, no guarda relación con aquellos obsesivos con la puntualidad. Misma manifestación, diferentes causas.
No revuelvas peras con manzanas
Por otro lado, es importante hacer una diferencia entre dos aspectos. No es lo mismo que la negligencia del otro provoque un susto a que provoque un accidente.
Si Chencho se le cierra a Pedro sin direccionales a una distancia muy corta, y provoca que el frenón derrame su café, es razón suficiente para blasfemarlo con pasión: por su culpa el café manchó los interiores y su ropa, y además, es Pedro mismo quien batallará con las consecuencias.
En cambio, si fuera solo un susto, se entendería como una respuesta natural una expresión de sorpresa, incluso en forma de palabra altisonante. Pero si no ocurre nada de qué lamentarse, ¿cuál es el afán y propósito de enardecerse y engancharse con el riesgo de que el otro pelado se baje con un bat de su auto? Take it easy, man!
¿Cómo mejorar esa exaltación?
Si uno saliera de casa mentalizado con la posibilidad de encontrarse algunos conductores o peatones estúpidos (porque los hay, como aquellos que contestan mensajes mientras conducen o los que se atraviesan corriendo una vía rápida en vez de hacerlo por el puente peatonal), en varios casos mejoraría la respuesta emocional.
En otros casos necesitarán desahogarse y, en otros, acudir a resolver sus problemas con un psicoterapeuta, porque esa exaltación podría ser solo un síntoma del verdadero problema.
No me parece tan descabellado que la gente que conduce tenga que hacer visitas regulares al psicólogo como requisito para mantener vigente su licencia. No por nada hay gente que se lesiona y muere a causa de alterarse por una situación automovilística. Sería otro mundo.
Ci vediamo!
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