Por: Daniel Rangel
Cuando tenía 8 años, un día llegó mi papá del trabajo con una noticia que cambiaría el futuro de nuestra familia. La empresa anunció que cambiaría su sede a San Luis Potosí; así que había dos opciones: mudarse y empezar en un lugar nuevo o quedarse y ver cómo le hacíamos. Ambas decisiones suponían un riesgo: mudarse implicaba ir a lo incierto, sin conocidos, sin casa, sin un segundo ingreso; si nos quedábamos, mis papás tenían que arreglárselas a como dé lugar.
Han pasado 24 años desde que nos mudamos. El riesgo fue alto, pero benéfico, sabrá Dios cómo hubiera sido quedarnos, pero actualmente puedo decir que fue una buena decisión.
Nuestra humanidad nos suele llevar a buscar lo conocido, porque ya sabemos cómo funciona y qué podemos esperar al respecto. Pero, ¿vale la pena arriesgarse y conocer lo nuevo?
¿Me arriesgo o no me arriesgo?
Hablar de riesgos es hablar de probabilidades respecto a ganar y perder; sin embargo, la idea de perder nos pone frente a grandes temores, lo que ocasiona que muchos prefieran, y con buena razón, quedarse con lo que ya tienen, con lo que le es familiar.
Arriesgarse es una decisión valiente. La valentía es tomar una decisión y ejecutarla aun conociendo los riesgos y miedos que conlleve.
Si hablamos de beneficios tanto para el que arriesga como para el que no, advertiremos que quien no arriesga, simplemente no será defraudado, porque no existe la posibilidad de perder. En cambio, el que arriesga, puede aprender a manejar mejor los sentimientos relacionados a una pérdida, a administrar mejor sus recursos, puede aguzar su observación para reconocer los patrones que indiquen los momentos idóneos para hacer el movimiento acertado, además de obtener el objetivo principal que buscaba; es decir, aun fracasando en su objetivo principal, gana en otros apartados.
Ejemplos que todos conocemos
Dentro y fuera del consultorio he escuchado esos miedos a perder si se arriesga; por mencionar algunos:
· Temor a comprar un helado diferente y salir defraudado porque «qué tal que pago por algo que no voy a disfrutar como lo haría seguro con el de costumbre».
· Temor de operarse, porque «qué tal si quedo peor de como estoy ahorita».
· Temor de aventármele a la que me gusta porque «¿y si me dice que yo no le gusto?».
· Temor de aprender a manejar porque «¿y si choco?».
· Temor de picarle al celular (o cualquier aparato tecnológico) porque «no lo vaya a descomponer».
· Temor de postularse a la vacante de trabajo porque «¿y si no lo hago bien?».
· Temor a cobrarle al que me debe porque «no se vaya a enojar y me deje de hablar».
Un motivo de peso para arriesgarse
Hay riesgos que vale la pena vivir, pues aun perdiendo nos colocan en la certidumbre, aunque el resultado no sea el deseado. ¿No es acaso estresante vivir sin saber si le gusto o no a Martina, pues a veces me da señales y a veces me ignora? Me arriesgo, si me corresponde, ya fregué, gané; si me rechaza, al menos ya no viviré en la incertidumbre, claro, no gané su amor, pero haré mi duelo, y a lo que sigue.
Sí, Daniel, pero no aplica en todo, porque si me aviento a operarme la rodilla y la operación sale mal, ¿y ahora ya ni caminar puedo…?
Los riesgos los calculamos de acuerdo a la situación, cuando la probabilidad lleva las de perder, ni de chiste arriesgaremos, por supuesto; cada situación se evalúa diferente, así como en algunas será un motivo de peso para arriesgarse y un exquisito aliciente el dejarse en claro: al menos lo intenté, no me quedo con la culpa ni la frustración de no haberlo intentado.
Arriesgarnos nos lleva a conocer
El riesgo es un compañero del desarrollo personal, porque nos lleva a cruzar los límites que nos son familiares, y así conocer de qué estamos hechos, descubrirlo nos abre los ojos y las posibilidades con respecto a nosotros mismos.
Para alentarte, te contaré una breve historia. Me platicaba una mujer que ya no quería seguir con su novio, pero temía dejarlo, pues creía que si lo hacía no habría hombre alguno que se interesaría por ella, y se quedaría sola. En otras palabras, prefería estar mal acompañada, pero nunca sola. Duró mucho tiempo con esta disonancia entre ya no sentir amor por su novio y entre terminarlo aunque, finalmente, pasó… Conoció a otro hombre, se hicieron novios y ahora vive felizmente casada. Estoy seguro que este movimiento la transformó, pues gracias a este se conoce más a sí misma.
Y hablando de helados y asándome con estos calores, iré a la nevería a probar algo… diferente, ¿alguna recomendación? Te leo atento.
Ci vediamo!
Síguenos en nuestras redes sociales