Dicen que cada cabeza es un mundo, y por si fuera poco, dentro de cada mundo hay tanta variabilidad en las percepciones que si nos auto analizáramos, no nos entenderíamos.
Para encausar el tema… Supongamos que un jugador del Cruz Azul mete gol y mientras se le amontonan para festejar, un compañero le pica el ano. ¿Es gay, fue un impulso, le cae mal y aprovechó la situación para que no lo descubrieran, así se llevan entre ellos…?
Como vemos, un mismo estímulo puede percibirse de diversas formas. Pero yo no vine a hablar de piquetes en la cola, sino de cómo varían las percepciones, en particular cuando se trata de dinero porque nos lleva a adoptar actitudes y conductas muy cuestionables.
¡ESTÁ MUY CARO!
En algún momento has oído algo como «¡el limón está bien caro ahorita!», y resulta que el kilo cuesta 100 pesos (por decir un ejemplo). Si este costo se compara con el ordinario, digamos 80 pesos, esos 20 pesos de diferencia harán sentir que está muy caro.
Pero si se aísla el número sin compararlo con el costo ordinario, ¡¿qué son 100 pesitos?!, es lo mismo que cuesta una recarga de celular; incluso la de 100 es de las más baratas y muchos prefieren comprar mejor la de 200 para cubrir el mes completo.
¿Y qué tal los 40 pesotes (aproximadamente) que cuesta el vaso grande de refresco en el cine, comparado con uno de la tienda, pero de 3 litros, cuyo costo es muy similar —si no es que más barato—. ¿Cuál está caro y cuál barato?
¿QUÉ NOS HACE SENTIR QUE ALGO ESTÁ CARO?
En el ejemplo del limón, esos 20 pesos de diferencia que lo hacen sentir caro son los mismos 20 pesitos que se pagan por un par de horas en un estacionamiento, por unos chicles, o los que se dan de propina.
Para determinar si algo está caro se valoran diferentes aspectos sobre el bien a adquirir, entre ellos: la comparación con el costo ordinario, la comparación con otros vendedores, el tamaño, la durabilidad, el prestigio de la tienda, la calidad, los emolumentos percibidos, el tiempo en que se recuperaría lo gastado, los comentarios de la gente, la utilidad que resolverá o satisfará la necesidad o el deseo, la demanda y exclusividad que tiene, qué personaje lo ha usado/consumido, el descuento que tiene, etc.
No es en sí una cantidad con tantas cifras, sino el conjunto de varios de estos factores los que nos ayudan a determinar si algo es barato, moderado o caro.
CADA QUIEN USA SU BARO COMO QUIERE
Hace algunos ayeres se me enterró una uña, era un dolor tan intenso que me impidió continuar durmiendo. Intenté quitar el pus que suponía como el culpable del dolor, pero fracasé. Ante mi frustración y desesperación, busqué un podólogo. Bastaron 20-25 minutos y 400 pesos para que me curara.
Cuando algunos supieron lo que me costó, su expresión fue: «¡Muy caro!». Mi dolor ya estaba en otro nivel que no se lo hubiera confiado a cualquier pelado. En mi investigación que hice, este podólogo fue el único que me convenció y que me dio confianza porque se percibía profesional a comparación de todos los demás que no tenían fotos, que la fachada de su consultorio estaba muy descuidada, que tenían dos o tres opiniones de sus clientes.
Quizá si hubiera elegido solo por el precio bajo me hubiera salido más caro el caldo que las albóndigas.
Me llamó la atención que lo vieron caro cuando sé que han pagado aún más por otros productos/servicios que ni son urgentes ni necesarios, y peor tantito: que casi ni usan.
LA MISMA GATA, PERO REVOLCADA
Una misma cantidad puede parecernos baja, media o alta dependiendo de a qué producto o servicio se la pongamos y de nuestra posición frente a nuestras necesidades y la accesibilidad de nuestros recursos. La combinación entre estas partes da lugar a diversas percepciones.
Puede valer la pena ahorrarme 350 «pesotes» cuando mis habilidades me ayudan a arreglar la regadera en vez de pagarle a un plomero, pero también puedo pagar 350 «pesos» sin problema para compensar mi ausencia, por mi falta de tiempo (o mi indisposición), para ayudar en la organización de una fiesta. O también puedo ganarme apenas unos 350 «pesillos» si trabajo 88 horas a la semana como asistente de un doctor.
Esos 350 pueden ser una buena lana, una cantidad moderada o una mentada de madre.
NO TIENES DINERO… ¿PARA QUÉ COSA?
Algunos dicen que cada quien gasta su dinero como «mejor le parece»; no obstante, sería difícil de creer que haya gente que le parece mejor gastar más en los cuidados de su carro que en el de su salud, por ejemplo.
Pese a lo absurdo que parece el ejemplo es real y común, basta cambiar el carro por tenis, figuras de colección, bolsos, celulares, viajes… Hay quien viaja seguido al mes gastando cuando menos 400 pesos, pero no ha sacado una cita de limpieza dental en años; o quien compra ropa y zapatos cada que ve algo que le gusta, pero la chapa de su puerta lleva descompuesta años.
En muchos casos la respuesta oscilará entre que no se ha hecho por desidia o porque no hay dinero.
Cada uno establece sus prioridades y con base en ello usa su dinero; tal vez ese algo que «está caro» es necesario, y es el equivalente de lo que se gasta en banalidades en 3 meses, pero no se compra porque no hay dinero disponible, que podría juntarse de abstenerse 3 meses de las banales.
Lo malo es cuando algo «es barato» y sigue sin comprarse, pese a ser necesario, por mera desidia; ahí no hay remedio.
Entonces, cualquier cosa en la que pudieras pensar, ¿está caro o solo no es tu prioridad?…
Nos leemos en el siguiente.
Ci vediamo!
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