El hipócrita que todos llevamos dentro
Por Daniel Rangel.
Usualmente hablamos del egoísmo para referirnos al hecho de que una persona “solo piensa en sí misma”, y deja de lado los intereses, necesidades, preocupaciones y demás de las otras personas. Solemos catalogarlo como algo malo, y muchas veces, con justa razón.
El egoísmo es parte de la naturaleza humana siendo gracioso y tierno en la niñez, pero reprendido con dureza en la adultez. Aunque es parte de nuestra naturaleza, aprendemos a regularlo para lograr funcional nuestra socialización a través de la empatía y nuestro sentido de justicia.
Una pregunta interesante: si somos egoístas por naturaleza…
…¿POR QUÉ NOS DESAGRADA CUANDO ALGUIEN SE COMPORTA ASÍ?
Yo diría que la respuesta está en que aquello que consideramos importante (eso importante somos nosotros u otras personas), percibimos que no es considerado por el otro como prioritario o importante, llegando a creer que somos ignorados, ninguneados o mal valorados. Además, hay un asunto de justicia, donde cuestionamos por qué esa repartición hecha por el otro es lo justo para ambos.
MI ANÉCDOTA
Llevo 4 años y medio yendo al mismo gym. Obviamente es un lugar donde los socios compartimos los aparatos, las barras, los baños, los bancos, el mismo salón…
Ya perdí la cuenta de cuando pasa esto, pero sigue pasando: comparto el mismo aparato con una persona, de manera que cada vez que termino una serie, le ajusto el peso al que él tenía; no me agradece siquiera. Es su turno, le da, termina su serie; llego yo nuevamente…, el aparato con el peso que él usa…, sin consideración para devolverme el gesto que yo tuve con él previamente.
No me ha pasado una vez, han sido friegos de veces y con distintas personas.
Cada vez que me pasa, me pregunto: ¿qué demonios les pasa?, ¿acaso no pueden por cortesía hacer lo mismo que yo hago por ellos, o mínimo dar las gracias? ¿Soy invisible y no me ven haciéndoles la buena obra? ¿Es justo que continúe siendo cortés con esas personas después de que su egoísmo ha acaparado mi motivación de buen samaritano?
Hay gente que simplemente no se da cuenta que está siendo egoísta, y también hay gente que lo reconoce y dice: «yo soy egoísta»; los segundos son los peores; los primeros, molestos, pero con opción de redimirse ante su inconsciencia.
CUANDO SOMOS HIPÓCRITAS
Este artículo lo escribí porque parece que el destino así lo quería, pues últimamente platicando con diferentes personas salía este tema en forma de una queja que tenía que liberarse del ser de cada uno, incluso del mío: ¡¿por qué la gente es tan egoísta?! ¡Maldita sea!
Después de esas pláticas y observaciones que he hecho, me di cuenta que hacemos justo lo que dice ese versículo de la biblia en el libro de Mateo: miramos la paja que está en el ojo del otro, sin ver la viga que está en el propio ojo, lo cual nos vuelve hipócritas quejándonos de lo que los otros hacen, pero no tomamos consciencia de que obramos de manera similar.
Es poco perceptible, pero somos egoístas cotidianamente, dejando en el limbo al otro. Algunos ejemplos:
el que tiene experiencia en el trabajo no le quiere enseñar al nuevo cuando este le pide ayuda; a la señora que vende mazapanes le decimos que no tenemos dinero aunque sí tengamos; ocupamos los asientos en el camión aunque haya hombres de pie cargando bebés; los hombres que orinan en baños públicos que salpican la sentadera por no haberla levantado; las mujeres que no le otorgan el paso al peatón o al otro automovilista; los roomies que utilizan trastes y los dejan sucios; los que en un convivio te sirven comida con las manos y previamente agarraron dinero; los que abren la bolsa de la crema con los dientes para ponerle a los alimentos de los demás…
Hay muchos ejemplos más, y hay certeza de algo: solemos estar en ambos bandos, y eso nos vuelve hipócritas al no hacer algo por corregirnos.
«¡NO SEAS EXAGERADO!»
Si cuestionáramos a alguien practicando alguno de los ejemplos previos, posiblemente diría: «¡No seas exagerado!». Donde no hay consciencia, no hay sensación de culpa, de manera que no necesitamos esfuerzo para justificarnos; después de todo, difícilmente la gente suele reclamar contra peccatas minutas, y tiene sentido, solemos callar para evitar conflictos por cosas pequeñas.
Son actos que apenas se advierten, y que incluso algunos los notan, pero no les molesta; sin embargo, en ambos puntos, llegamos a lo mismo: practicamos el egoísmo, porque no tenemos consciencia de un otro, un ente con el que compartimos, distinto de mí, con sus necesidades, sus preocupaciones, sus vulnerabilidades, sus capacidades, sus creencias…
Y el asunto es cultural, así hemos aprendido a hacerlo en México, viendo por mí y mis intereses. Así que, mientras no nos entrenemos para sensibilizarnos y advertir cuando estemos pensando solo en torno a nosotros y no en un otro, seguiremos siendo los mismos inútiles quejicosos hipócritas de siempre.
Ci vediamo!
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