Por: Fernando Espinosa Rúa
¿Te has topado con personas que te juzgan por lo mismo que ellos hacen tratando de no ser vistos y en caso de que los sorprendas, lo niegan o tienen la justificación perfecta?
Seguramente te has encontrado personas así, con eso que comúnmente llamamos “doble moral”, generalmente usamos esa expresión cuando a una persona o institución se le acusa de ejercer un criterio distinto o de emplear una norma distinta para tratar a diferentes personas o grupos que deberían ser tratados de la misma manera, aunque también cuando se llega a aplicar un mismo rasero cuando claramente dos personas son tan desiguales que una de ellas merece que se le otorgue una ventaja relativa respecto de la otra, pero no se toma en cuenta esa disparidad histórica.
Como ejemplo se puede mencionar, si, sin ninguna justificación, se le da más libertad de comportamiento a uno que a otro. Esto se nos hace injusto porque viola el principio de justicia llamado imparcialidad, y nos puede llegar a enojar porque no se aplican criterios equivalentes a todas las personas, implicando así un favoritismo al imponer de forma arbitraria criterios sesgados que benefician más a unos que a otros.
La cosa se complica si agregamos los intereses políticos y económicos de quienes son favorecidos por tal estatus.
El siglo de la Victoria, o era victoriana, representó mas que el nombre de una reina inglesa, en este mundo burgués los valores cambiaron de sentido y se acentuó un mundo de valores rígidos. Para los victorianos el hogar era santo, es decir que la familia burguesa idealizó una nueva familia que se distinguió por su aspecto espiritual remoto, etéreo e irreal, una lugar sagrado y donde se convirtió a la sexualidad en sinónimo de matrimonio y procreación, lo que generó una doble moral inevitablemente y potenció y legitimó la potestad de la población para vigilar, querer controlar los cuerpos ajenos y a la vez de emitir juicios en contra de otros.
Esto se convirtió en una práctica común en la vida cotidiana, aunque de suyo es condenable, ya que quien la sufre termina indignado, molesto y con rabia por la injusticia, pero quien la ejerce siempre negará que se está aplicando, o bien dará una razón no muy convincente, hecha valer por la fuerza, el chantaje o cinismo, pero en sí lo que buscará es dar por terminada la conversación.
Para ilustrar esto, tenemos el caso de un hombre que condena el adulterio mientras mantiene el vínculo con una amante y, además, juzga negativamente que su esposa pudiera llegar a tener también un amante, ya que socialmente, el adulterio es aceptado para un esposo y negado a una esposa.
Del mismo modo, un hombre que tiene relaciones sexuales con muchas mujeres puede ser llamado “galán” o “don juan” y ser calificado positivamente, mientras que para aquella mujer que tiene sexo con muchos hombres puede ser llamada “prostituta”, “perra”, “puta”, “zorra” “mujerzuela” entre otras denominaciones de valencia negativa.
En la mayoría de los casos, esta doble moral va de la mano de un machismo o de un privilegio de poder, porque la idea es trasmitir el mensaje de que “yo puedo hacerlo, pero tu no” y ello entraña una segmentación y jerarquización, porque al final de cuentas ser “buchona” o “La Doña” tampoco es para todas, hay niveles incluso adentro del gueto. Por lo mismo, el orden de cosas que comentamos también puede presentarse entre las mismas mujeres, cuando algunas de ellas critican a otras, respecto de comportamientos que las primeras sí llevan a cabo, porque “decidieron” que sí los pueden realizar, pero las demás no, o bien quieren hacer compulsiva la manera de hacerlo.
La lista interminable incluye usar un determinado tipo de vestimenta, viajar, frecuentar amigos, hacerse cirugías plásticas y tratamientos estéticos, tener una gran camioneta, ser servidas por personal doméstico, ostentarse como la mujer de un hombre poderoso, llegar tarde a casa, fumar, consumir alcohol y otras sustancias, y quizá hasta tener parejas sexuales más jóvenes, atributos que en su gran mayoría son externos, superficiales, pasajeros o incluso autodestructivos.
En otro extremo, debemos reconocer que hay feministas inspiradas en el liberalismo blanco que, se adjudican la tarea de “emancipar” a sus compañeras indígenas o campesinas, del“yugo” de sus maridos, cuando quizá ellas estén luchando codo a codo con ellos para no ser despojados de sus tierras y cosechas por compañías extranjeras e intermediarios voraces.
Algunas activistas creen que todo depende del cambio de actitudes, sin resolver las desigualdades estructurales. Todo esto pasa si no advertimos los privilegios, la posición social en la que cada quien nace y se desarrolla y que determina el acceso a la educación y las oportunidades, y por eso se ha dado paso a los más renovados enfoques decoloniales e interseccionales, para tomar en cuenta estas circunstancias.
Volviendo al caso de los hombres, hay que agregar que se comportan de una manera solapada y hasta soterrada, como quien dice, son los que lanzan la piedra pero esconden la mano, debido a que ellos se colocan en un lugar desde el cual consideran que lo que hacen es lo correcto, y por consiguiente los demás están equivocados, sobre todo las mujeres, creen que nadie se da cuenta pero no es así, por eso la chica Herly ha tenido tanto impacto con sus videos en los que ridiculiza la misoginia y la masculinidad tóxica.
Y los vemos en todos lados, hay hombres que critican la corrupción y sin el más mínimo descaro hacen sus propios entuertos, conocemos a autodenominados defensores de derechos humanos que, en cada acto de sus vidas atropellan a la gente. Cuántos aparentan tener un matrimonio modelo y en la intimidad de sus hogares sobresalen por el maltrato familiar.
Por lo tanto, ante la acusación de un trato desigual, lo que se da es una justificación “adecuada”, hasta políticamente correcta, para el tratamiento diferente y no un convencimiento para eliminar el trato desigual propiamente dicho. Este mecanismo es muy común en los centros de poder, como lo son las religiones y los gobiernos. Y aunque esa es una práctica que se condena, muchos se han convertido en especialistas en esta forma de ser.
Se podría decir que la gente que vive en esta doble moral, son unos grandes mentirosos y generan una gran red de mentiras que al final dañarán las relaciones familiares, con los amigos y hasta profesionalmente, Cuando nos encontramos con gente así se crea un clima de desconfianza, que nos hace daño y a ellos los obliga a vivir en un mundo irreal y falso.
Lo más grave del machismo, en el caso de los hombres, es que se apropien de él y lo manifiestan como un derecho exclusivo mientras lo niegan para las mujeres o para otros.
Debemos poner los pies sobre la tierra y de entablar un diálogo sincero con nosotros mismos y aceptar que no somos perfectos y que eso no pasa inadvertido ante los demás.