¡Injusticias de la Vida!

Por: Daniel Rangel

La vida es hermosa siempre y cuando valoremos ese platillo completo, con sus sazones y desazones; no obstante, en algún punto de la vida esas desazones se presentan como situaciones no solo difíciles sino muy difíciles, robando la tranquilidad, el sueño y hasta la salud durante periodos que parecieran inacabables.

SOBRECARGANDO LA MENTE

Podemos decir que de manera regular nos enfrentamos a situaciones muy diferentes cada uno y con diferente dificultad: reprobar un examen, quedarse sin Internet, ser rechazado por quien nos gusta, perder el camión para llegar al trabajo, contraer gripa, resentir la pérdida de un ser querido, tener deudas, sentir que se está pasando el tren, el desmoronamiento del matrimonio, etc. Y por si fuera poco, basta ser aprensivo para sumarle más tensiones ridículas a la preocupación principal.

El resultado de esto es una sobrecarga mental y física que se traduce en varios síntomas bien conocidos: mal humor, colitis, dolores de cabeza, peleas con la pareja, bruxismo, insomnio, disfunción eréctil, alteración de la presión arterial, etc., y en casos más graves: depresión, ataques cardíacos, acentuación de enfermedades que ya se padecen, etc.

Y si lo anterior ya es mucho, los estados hormonales son otro factor que influyen significativamente en vivir con mayor pesadez las situaciones que, de por sí, son ya negativas.

«NO ACABO DE SALIR DE UNA Y YA ESTOY ENTRANDO EN OTRA»

Gracias a mi práctica profesional he advertido una creencia basada en pensar que la paz viene luego de haber encarado un problema serio que nos complica la existencia. Y sí, es una de las posibilidades, pero también otra es que, además de ese problema se vayan sumando otros, o también aquella posibilidad en que apenas se ve la luz de la paz cuando otro nuevo ya se asoma, haciendo pensar que el universo, el destino o Dios han confabulado contra uno; y entonces llega la pregunta filosófica que ha pasado por la mente y la boca de muchos: ¡¿por qué a mí?!

CASO DEL ARCHIVO

Como efecto dominó, un cuestionamiento va abriendo otro más a modo de reclamo: ¡¿Por qué a mí?! ¡¿Qué hice para merecer esto?! Hay otras personas que cometen peores crímenes y a ellos les va bien, !¿cómo es posible que yo, que soy una buena persona, me toque vivir todo esto?! ¡La vida no es justa!

Y el resentimiento se posa luego sobre las divinidades, el universo u otras personas que no reciben su castigo por haber hecho algo inmoral o injusto.

En alguna ocasión, un paciente me comentó entre lágrimas: «¿Por qué me quitó (Dios) lo que más quería si era tan importante para mí?». Cuando lo confronté, le pregunté: «¿Por qué crees que te iba a durar toda la vida?»; y continué detallando el argumento que le ayudó a reconfigurar la creencia que le impedía ver la realidad y poder resolver un duelo de varios años. Durante el lapso entre su pérdida y su asistencia terapéutica, las dificultades de la cotidianeidad se exacerbaban, porque ya cargaba de antemano el gran peso de su pérdida.

Esta persona tenía un apego muy grande hacia aquello que había perdido, lo que abría un cuestionamiento interesante: antes de que lo perdiera, ¿sabía estar y valerse sin ello? Y otro más: ahora que ya no está, ¿se había mentalizado de que esos bellos momentos habían llegado a su fin y que la vida sería diferente? No y no. Seguía aferrado a los recuerdos, atrapado, sin avanzar, como si alguien graduado de secundaria quisiera hacer un cuarto año, negándose a entrar a la prepa, porque en esa etapa vivió recuerdos hermosos con sus amistades y maestros; aferrado ahí un mes, un año, dos ciclos escolares, mientras sus excompañeros siguen cursando los semestres en la prepa recordando esporádicamente a los amigos y las aventuras que vivieron en la secundaria. Es decir, mientras el mundo sigue avanzando, esa persona sigue enfrascada en esos recuerdos, patologizando (haciendo insana y miserable) su forma de vivir.

«¡¿POR QUÉ A MÍ?!»

No sabremos nunca por qué nos toca lo que nos toca, pero esas desgracias nos suelen dar pistas de nuestras debilidades, de nuestra falta de preparación en cierto tema, de nuestras creencias irracionales que nos llevan al sufrimiento. Ese paciente solo espetaba su inconformidad de lo que le tocó vivir, pero nunca se preguntó qué aprendizajes podía extraer para fortalecerse.

Si te preguntas por qué te tocó a ti lidiar contra ese problema con el que llevas años, o por qué lidias con varias desventuras a la vez y parece no terminar el infortunio, es un momento para plantearte dos cosas: la primera, una reflexión sobre las flaquezas a las que se está expuesto para nutrirlas y fortalecerlas; y la segunda, asistirte con un terapeuta, quien te ayudará a encontrar respuestas que muchas veces uno solo no puede ver. Esta es, pues, una de las respuestas a la pregunta: ¿cómo sé cuándo debo de ir a terapia?

PREGUNTAS INÚTILES

En cualquier caso, esforzarse en encontrar una respuesta al porqué, es inútil y carece de provecho, pues aun sabiendo la respuesta, nada cambiará para bien.

Un sujeto le pita el claxon al conductor de enfrente porque este no avanza; lo hace tres y hasta cuatro veces. El conductor de adelante, que ya estaba previamente estresado, se baja con pistola en mano y lo mata. En la corte, le preguntan: «¿Por qué le disparó?», y este responde: «Porque estaba estresado y sus pitidos me estresaron aún más».

Una respuesta clara y explícita al porqué, y saberla no otorga ninguna paz ni ventaja.

¿LA VIDA ES INJUSTA?

Desconozco si la vida es justa o injusta, ¿cómo, pues, saber los parámetros que esta tiene para ser conscientes de las faltas que cometemos y las sanciones que nos competen por ello, y las recompensas que nos corresponden por los actos nobles? La certeza que tenemos, en cambio, es que todos tenemos bendiciones y también tribulaciones sin importar quién seamos, no hay lugar para etiquetas: bueno o malo, religioso o ateo, justo o criminal, sano o enfermo; a todos nos toca en algún momento y de diferentes formas, el asunto es cómo manejar la situación a nivel interno (psicológico) y externo (el hecho problemático a resolver).

Y si alguna vez requieres de esa ayuda profesional, cuenta conmigo. Mientras tanto, nos leemos en la próxima.

Ci vediamo!

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