La Autoridad en el trabajo y la familia

Recuerdo que una antigua jefa me platicó una anécdota donde su jefe había entrado en desacuerdo con ella y otros compañeros; poco a poco subió el tono de su voz hasta que estaba gritando. El macho comunicaba así quién era el mero mero.

Es una práctica que muchos hombres hacen cuando sienten que los demás no están respetando su autoridad. Gritar, maldecir, aventar objetos, golpear o hasta injuriar lo que es sagrado para el rebelde. El punto es intimidar para enseñarle al otro quién manda y a qué se debe sujetar.

La autoridad trastorna

Hay estudios que sugieren que una persona es modificada a nivel biológico y psicológico cuando asume un cargo de autoridad, y en consecuencia su comportamiento se trastorna. Hay una película basada en un experimento, donde los participantes adoptaban el rol de policías y prisioneros. Cada bando se metió en su papel y ya se imaginarán cómo fueron tratados los «prisioneros».

Cuando hacía mi servicio militar, recuerdo la ocasión en que un soldado nos apresuraba a gritos para entrar al cuartel: «¡Rápido, córranle!». Los compañeros corrieron, yo en cambio, caminé aprisa, pues iba con buen tiempo para la hora de entrada.

Cuando llego a la altura donde estaba él, me detiene para cuestionarme por qué no corrí, y me ordenó a regresarme unos 20 metros para correr como nos lo había dicho. Me pareció una imbecilidad y lo cuestioné arguyendo que era absurdo si ya estaba ahí y no tenía sentido regresarme. Lo sé, era un rebelde poniéndomele al tú por tú, pero tenía buenas razones para desobedecerlo y mandarlo a cocer tapioca. Poco me faltó para abofetearlo por su insolencia.

Recuerden: la autoridad trastorna la forma de conducirse. No es de extrañar ver a papás autoritarios siendo injustos con sus hijos o humillándolos por no acatar lo que les ha pedido.

El método tradicional: la intimidación

La intimidación ayuda a controlar individuos y situaciones, el inconveniente de hacerlo así son las consecuencias desfavorables. Por ejemplo, un padre que ha tratado a su hijo con gritos y groserías durante años, va a causar indefectiblemente problemas en su relación, pero también en el hijo, y las respuestas de este afectarán al papá.

Basta la más mínima desatención del subordinado para activar el modo ogro; la tolerancia es muy baja o nula y la respuesta llega a ser ridícula. ¿Recuerdan la escena donde Tronchatoro descubre que hay una salamandra en su vaso y acusa a Matilda de haberlo hecho? Matilda lo niega y Tronchatoro le contesta: Pues aunque no lo hayas hecho, te voy a castigar, porque yo soy grande y tú pequeña, yo estoy bien y tú estás mal, y no vas a poder cambiarlo. ¿No es hermosamente ridículo?

Además, se acompaña de frases para que amarre: «¡Quién te crees para desobedecerme!», «¡quién eres tú para cuestionar mi autoridad!», «¡porque lo digo yo, y punto!», o como diría Tronchatoro: «¿Me equivoco? ¡Nunca me equivoco! ¿Ves este salón? ¡Aquí solo mando yo!».

¡Qué respeto ni qué 8/4!

Los sometidos obedecen por temor a salir fregado en cualquier aspecto, no por respeto a la figura. También el: «¡Para que aprendas a respetarme!», es un clásico. No vengo a herir susceptibilidades, pero ese método no motiva a ninguno a venerar de corazón a nadie, ni siquiera aunque sea muy cercano como el papá o el esposo.

Con gritos, amenazas y golpes es probable que la gente obedezca, pero… ¿a qué costo? Es importante tener en cuenta que, además de imponer los mandatos, se está fomentando al mismo tiempo su rebeldía y la decadencia de esa autoridad; cuando el subordinado tenga la fuerza y los medios, pondrá a parir chayotes a la autoridad.

¿Por qué son así?

Además de las causas biológicas, hay causas psicológicas y sociales que influyen en estas actitudes. Una posibilidad es que este tipo de actitudes grotescas nazcan como respuesta a la baja autovaloración con que se perciben, manifestada a través del miedo de verse como alguien indigno de respeto, alguien del que los demás pueden burlarse e ignorar.

Es humillante cuando una persona no es respetada, pero lo es aún más si posee un cargo que supone una jerarquía superior. No obstante, sin importar la jerarquía que se tenga, esta será respetada en tanto honre la humanidad de los individuos.

¿Cómo sé si soy autoritario?

· Quieres que los demás te obedezcan: que hagan la tarea justo de la forma y en el momento en que se los pides.

· Bajos niveles de tolerancia. Puedes pedirlo que lo hagan una vez; si no atienden, respondes alterado. En casos extremos, desde la primera indicación se expresa con dureza.

· No escuchas opiniones; tu visión es la que importa. Tampoco escuchas razones ante los errores, castigas con severidad en cualquier caso.

· No admites tus errores, los justificas.

· Tomas represalias si alguien saltó tu autoridad.

· Usas frases donde dejas claro quién tiene la última palabra: «¡Porque aquí mando yo!», «¡porque lo digo yo!».

· La gente se aleja: renuncia a su trabajo; no te cuentan algo por temor y falta de confianza.

¿Cómo hacer valer la autoridad de forma adecuada?

· Sé coherente. Una autoridad se hace respetar cuando es coherente entre las reglas y normas que rigen a la empresa/familia, así como los consejos que dé, y su actuar. Si el actuar va conforme a lo que se predica, no habrá cabida para el reclamo.

· Sé inteligente y práctico. Las reglas y todo mandamiento deben tener una buena razón de su existencia. Si se basan en un: «porque yo lo digo», se asumirá que los mandatarios son estúpidos e incompetentes por establecer semejante ridiculez. Es necesario que las reglas velen por el buen funcionamiento del sistema familiar o laboral y que sean útiles para el fin

con el que se pusieron, y no para «enseñar» a los otros a obedecer y supeditarse, porque eso no pasará.

· Sé un capitán. Comunica liderazgo, no autoritarismo. Un líder orienta, acompaña y apoya; el autoritarismo obliga al otro. Naturalmente, el segundo generará puntos negativos del supeditado. En otras palabras: pon el ejemplo para que los demás te sigan.

Por falta de espacio, les deberé más puntos, pero los que mencioné son exquisitos.

Para ejercer tu autoridad de manera adecuada, necesitas cambiar tú, si te limitas a mandar sin volverte ejemplar, entonces espera la falta de respeto, murmullos sobre ti, cuestionamientos sobre tus capacidades, entre otras. Quizá solo estén contigo porque necesiten algo material que les brindas y no porque aprendan de ti, te admiren o te respeten. ¿Qué valor tiene eso?…

Nos leemos en la próxima.

Ci vediamo!

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