Por: Daniel Rangel
El alcohol ha pasado a formar parte de diversas culturas en el mundo como el elixir que forma la atmósfera que la gente cree necesitar para sentirse mejor por un momento, independientemente de si se ha vuelto o no una adicción. No obstante, ingerirlo devela aspectos interesantes sobre las carencias y problemas personales.
«Yo lo controlo, yo sé cuándo parar»
Dicen que cada uno carga su propia cruz y, por tanto, sabemos cuánto pesa la propia; de esta manera, podemos decir que no todos se cansan ni le batallan igual. Si mi compañero avanzó 30 metros con su cruz sin descansar, no significa que yo pueda hacer lo mismo; si el compadre dejó de tomar después de 3 chelas, no significa que yo pueda hacer lo mismo. El autocontrol que se cree tener ante el alcohol no depende de la voluntad enteramente, ya que este interactúa con el organismo, y cada organismo es distinto.
Por ello, pedirle a un alcohólico que deje de tomar es inútil, ya que alcoholizarse es su mecanismo de defensa con el que lidian contra la ansiedad, los temores y las preocupaciones, eso sí, de manera efímera y disfuncional.
El alcohol: el recurso salvavidas
Los mecanismos de defensa son recursos que ayudan a afrontar la dura realidad que, en determinados momentos, se siente muy incómoda, peligrosa, amenazante. Se activan cada vez que una persona percibe una amenaza de cualquier tipo.
Una persona con alcoholismo está limitada en recursos personales, impedida para desenvolverse adecuadamente en ciertos ambientes y circunstancias. Estas circunstancias exponen su vulnerabilidad, misma que pretenden ocultar. El alcohol es, en ese caso, el único recurso con el cual creen poder lograrlo, aun a sabiendas de que los meterá en problemas.
El elixir para volverse capaz
Claramente no todos los que toman tienen problemas con su consumo; no obstante, no se necesita tener adicción para hablar de problemas relacionados con el alcohol.
Para muchas personas, tomar es elemental para poder transformarse en aquello que sobrios desconocen y están incapacitados psicológicamente; por ejemplo, para poder relacionarse con otras personas, para ser chistoso, para llamar la atención sin vergüenza, para externar los resentimientos guardados, para hablarle a la persona que a uno le gusta. Sin el alcohol están restringidos a la seriedad, a contenerse y vivir en los límites que se han impuesto sobre lo políticamente correcto. Y entonces quedan develadas las carencias que cada uno tiene.
El problema no es emborracharse, sino estas situaciones en que el tomador es incapaz de desenvolverse. Tomar solo es el síntoma del auténtico problema.
Prácticas habituales: juntarse a tomarse unas chelas
Tomar no necesariamente significa tener un problema, pero embriagarse a menudo es una señal que apunta a ello. Cuidado también con el camuflaje que tiene la tomadera recreativa, pues aunque puede parecer una actividad ordinaria, puede ser la circunstancia que un tomador con problemas aprovechará; esto es más bien una señal para estar atento a otros comportamientos que lleven a la sospecha de que ese miembro de la familia tiene problemas más serios que ponerse hasta las chanclas.
Bien dicen que el truco está en la medida, pero recuerda que ya encarrerados no todos se pueden medir. Con este escrito ya me dio sed, pero de la buena, me preparo un agua de limón y nos leemos en la próxima.
Ci vediamo!
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