No lo arregles si no está roto.

Por : Fernando Espinosa Rúa

Muchas madres (solteras o casadas), que tuvieron que trabajar, decidieron encomendarles a sus hijos que participaran en las labores domésticas. Generalmente, entre todos, ya sea hijas o hijos, tenían que aprender las diversas tareas de limpieza que demanda una casa, las cuales eran repartidas indistintamente, ó aún mejor, de forma consensuada. Bajo el principio de forjar hijos independientes y responsables, éstos aprendieron a lavar, planchar, limpiar, cocinar, en fin, lo necesario para tener una existencia sana y un casa limpia y ordenada. Como resultado, aunque no se hiciera de forma expresa, esto propició la valoración del trabajo las amas de casa, regularmente invisibilizado y otorgarle un lugar más digno. A los que nos tocó una educación así, ahora nos parece algo mucho más positivo que, lo que quizá un niño pudiera discernir sin tener dicho encauzamiento, ya que sin duda optaría por dedicarse solamente a sus juegos y distracciones.

Alguna de estas madres vivieron bajo una familia tradicional, es decir, machista, donde fueron educadas para servirle al hermano, tenerle miedo más que respeto a los hombres. No obstante, siguiendo muchas veces el razonamiento intuitivo y sentido de justicia de que hombres y mujeres son iguales, alentaron a sus hijas a estudiar, para que no tuvieran que depender de un hombre que las llegase a maltratar, ya sea física o psicológicamente. Hasta hace relativamente poco tiempo el feminismo pasaba inadvertido, si bien se le sigue denostando con expresiones peyorativas como la de “feminazis”, antes era considerado mucho menos que una doctrina exótica, propia de una élite ilustrada, ajena a la realidad cotidiana de la mayoría de las mujeres. Inevitablemente, la realidad social y las ideas han evolucionado a favor del adelanto de las mujeres.

Por lo mismo, es muy importante reconocer que en aquellos años, en esas situaciones primigenias, las mujeres llegaran a ponerse de acuerdo con sus esposos sobre el cambio de patrones de crianza de sus hijos, en cuanto a las labores de casa, incluso eran apoyadas por ellos de forma espontánea. Sin embargo, la presión familiar machista ha sido pertinaz, estas experiencias eran criticadas por ambas familias, y en algunos casos por este motivo hubo una regresión a los antiguos patrones del patriarcado.

Aún así, otras familias lograron continuar con su cambio, motivadas por buscar el amor entre sus miembros, ya que ello es indispensable para ser felices, y porque bajo el amor, florece el respeto, la lealtad, la honestidad y un bienestar común. La lección de vida va más allá al modo de “Enséñale a tu hijo independencias domesticas para que no sea un inútil, sea independiente y que busque una esposa y no una sirvienta”.

Hace años, las feministas han puesto los ojos en los estudios de género, para plantear nuevas formas de crear un mundo más corresponsable y empático. Es muy comprensiblemente han sido ellas, las mujeres, quienes más han impulsado el debate de género, ya que al fin y al cabo ellas han sido mas oprimidas por sus restricciones que los varones que gozan de privilegios. En contraste, desde la mirada del privilegio, se da por sentado que cualquier hombre por el simple hecho de serlo, ha recibido una educación en la cual tiene más ventajas que una mujer, no importa si este es homosexual, transgénero, indígena, simplemente por ser varón, aunque éste también sufra de una discriminación ante otros hombres.

Por lo anterior, este contexto en el que muchas injusticias se han visibilizado y otras abatido, hace más evidente que si bien las mujeres han tenido un proceso de autoconocimiento y empoderamiento, en cambio, la figura masculina no ha tenido muchos avances, sigue arrastrando tremendos lastres.

Tal vez Grayson Perry tenga razón al mencionar que el pensamiento de la mayoría de los hombres es “no lo arregles si no está roto”, no hagas nada si no hay problema. Pues visto desde la mirada de un privilegio, no consideran que deba haber cambios, y si bien como dice Perry, “el hombre ha gobernado gran parte de nuestro mundo por mucho tiempo y ha hechos muchas cosas bien, sin embargo, ya es tiempo que renuncie a su hegemonía”.

¿Cuántas veces has querido llegar a un acuerdo con un hombre y este se enoja, te grita o te evade? Y es que los hombres machistas no toleran ser contrariados, y en muchas ocasiones se niegan a escuchar opiniones distintas. Esto suele manifestarse como necedad, “no me importa lo que piense la gente”, hastío, “ya sé lo que vas a decir”, o bajo la forma de un autoritarismo simple, “yo soy el que manda aquí”. Se pierde mucho tiempo en decir no, antes que explorar cómo sí. Esta incapacidad de asimilar, o de imaginar siquiera, otros puntos de vista tienen consecuencias personales y sociales inmensas.

En primer lugar, cancela toda posibilidad de negociación, si la opinión ajena es irrelevante, entonces el único propósito de todo diálogo es convencer al otro de la opinión propia. Por ello es inútil discutir con una persona machista, sus razonamientos “lógicos” se reducen a una mera reiteración de su punto de vista inicial. En este sentido, la falta de empatía impide la resolución de los conflictos interpersonales. Asimismo, genera malentendidos continuos, la persona que no escucha interpreta equivocadamente a los demás con enorme frecuencia, lo más irónico es que los machistas acaban por no escucharse a sí mismos y a seguir solo sus arrebatos.

Además, los machistas tienden a considerar el desacuerdo como una ofensa, en una formulación clásica, “si no estás conmigo es que estás en mi contra”. Por todo ello, el machismo contribuye a una agresividad generalizada e innecesaria, al convertir sistemáticamente las diferencias en conflictos.

En segundo lugar, esta dificultad para ponerse en el lugar de los demás inhibe la cooperación. Si uno considera, o espera, tener siempre la razón, el trabajo en equipo se vuelve prácticamente imposible. Si el punto de vista de los demás es irrelevante, entonces lo único que queda es imponerse a ellos. Y si todos, o varios, integrantes de un grupo de trabajo o de estudio están acostumbrados a pensar así, entonces pasarán sus reuniones disputándose el liderazgo en lugar de dedicarse a la tarea común. Podemos observar estas dinámicas muy a menudo en nuestra sociedad, cuando varias personas intentan integrar un equipo o llevar a cabo un proyecto compartido. Esto conduce a la pérdida de oportunidades, ya que a los hombres se les inculca a “jugarse el todo por el todo”, o bien a manejarse con el “si no ha de ser de mí que no sea de nadie”, cuando en realidad la vida ofrece muchas posibilidades para que todos y cada uno mejoremos sin que ello implique aminorar el bienestar de los demás.

En tercer lugar, considerar que los deseos, las necesidades, los sentimientos y pensamientos propios son los únicos importantes, prácticamente excluye la posibilidad de subordinarse al bien común. Si lo único que cuenta es la comodidad personal, entonces no hay ninguna razón para no estacionarse en doble fila, tirar basura en los lugares públicos o prender el estéreo a todo volumen a las tres de la mañana. La imposición de los intereses propios sobre los de los demás es un corolario de la incapacidad para postergar la gratificación, controlar los impulsos y tomar en cuenta la situación de los demás. El machismo promueve toda esta constelación de conductas y actitudes, y constituye por lo tanto un serio obstáculo al desarrollo de la conciencia cívica en nuestra sociedad y al reconocimiento de los otros, de la otredad.

Retomando a Grayson, la masculinidad podría ser una camisa de fuerza que está impidiendo a los varones a ser ellos mismos, a plenitud, y en su afán de dominio se están descuidando aspectos esenciales de su propia humanidad. En esa lucha por querer ser masculinos, podrían estar impidiendo que su Yo sea más feliz. Sin embargo, cada hombre tiene la capacidad de decidir si está de acuerdo con los patrones de conducta impuestos, o bien, prefiere vivir su masculinidad de manera diferente, de tal manera que no exista una, sino muchas masculinidades.

Los varones tienen que vencer muchos de sus propios monstruos y tomar conciencia de que antes de temer de otros, debe temer de sí mismos.

Creo que la diversidad en el poder puede mejorar la sociedad, equilibrar las cosas y oxigenar las reglas del juego. La presencia de mujeres y las minorías logran que en las decisiones sociales pesen experiencias vitales muy distintas.

EL PORTAL UNA NUEVA ERA

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