Por: Fernando Espinosa Rúa
“Ese hombre no tiene ni un poco de vergüenza”. “No vayas a decir que tu papa es alcohólico, que vergüenza”. “Cuidadito y le cuentes a los demás nuestros secretos”. “No digas que tu papa me pega”. “No vine a pedírtelo la otra vez, por pura vergüenza”. “Me hiciste quedar en ridículo”. Otras veces, palabras insultantes hacia uno mismo: “Que tonto!” “¡Estas hecha una vaca!” “¡Siempre la riego¡”
Es un sentimiento del que no se habla, salvo en caso de querer desprenderse de ella.
La vergüenza tiene múltiples facetas y que tiende a invadir el conjunto de nuestra existencia, es un motor, a veces se actúa o nos paralizamos por pena, dependiendo de las violencias humillantes que uno haya podido sufrir.
La vergüenza es uno de los primeros sentimientos que aprendemos desde que somos una cría, cuando nuestros padres nos dan una palmada por tocar nuestros genitales. “! déjese ahí, cochino!”. Por ello son los progenitores los principales generadores de ésta al enseñárnosla.
Ya después se sumarán otras personas que influyen como los hermanos, familiares, maestros, amigos, desconocidos, que buscan hacernos sentir mal. Independientemente de que se nos avergüence con o sin razón, o que ese motivo sea importante o no, simplemente pensamos que nos hemos apartado de la prescripción moral y sentimos que tenemos la mirada de la comunidad encima de nosotros.
Esta sensación actúa como la ruptura de una norma que nos vincula con otros seres humanos.
Sentirnos avergonzados es un atentado con nuestra propia imagen que nos aleja de lo que es el ideal. Nos expone al escrutinio de los demás, y nos sentimos reprobados ante su opinión. Es algo tan molesto que nos hace desviar nuestra atención respecto de los hechos objetivos, su causa raíz y las circunstancias que condujeron al estado que nos agobia.
La razón se nubla y se demerita la importancia real y la dinámica de su gestación temporal. Al final no es el acto cometido, la condición que nos es inherente o la situación en la que estamos inmersos lo que pesa, sino más bien, nos sentirnos observados y sujetos de juicio y sanción social.
Podemos estar avergonzados de nuestros “defectos físicos”, aunque sepamos que no implican ningún pecado, que no somos responsables de ellos.
Se puede hacer presente mediante sentimientos de culpa, timidez, inseguridad, pudor y recato. Sus sinónimos son bochorno, sonrojo, turbación, embarazo, pena, humillación, agravio, recato, insulto, injuria y mancha. Y sus manifestaciones son el rubor, bajar los parpados, ladear la cabeza, puede ir acompañada de sudoración.
No obstante, se impone que es una sensación interna, muy íntima, por sentirse mal juzgado o criticado, y puede desplegar, activarse o combinarse con otras reacciones como el sentimiento de inferioridad. Al estar sumamente interiorizada, se puede sentir vergüenza, y generar la sensación de ser el foco de miradas o de juicios descalificadores, aunque estos no sean reales, por lo que propicia interpretaciones erróneas. Es tan poderosa que la simple evocación mental o recuerdo de un hecho en el que se padeció vergüenza tiende a producirla como si fuese la primera vez, y todo esto en el fuero interior.
La poca valía se expresa en frases como “me sentí inferior”, “quería que me tragara la tierra”, “me muero de vergüenza”, o se activa ante la sensación de tener y ser “menos”, o frente a una visión o un juicio crítico sobre esas carencias reales o de percepción subjetiva. No necesariamente importa que las carencias o defectos sean reales, bastará con que la persona le otorgue a esa mirada el valor de un juicio reprobatorio, y arribe a la conclusión de que no es suficiente o suficientemente bueno.
El escritor George Bernard Shaw la describe “el ser humano vive en un entorno donde prevalece la vergüenza. Un lugar donde nos sentimos a menudo avergonzados de nosotros mismos, de nuestros parientes, de nuestros sueldos, de la pobreza, de nuestros acentos, de nuestro nombre, de nuestro cuerpo, de nuestras opiniones y experiencias, no reconocer que uno se equivocó, así como de nuestra piel desnuda”.
Dependiendo de la personalidad y de la valoración que tenemos de nosotros mismos, podemos sentirnos más o menos identificados con las palabras del autor y sus representaciones. La vergüenza es uno de los sentimientos más fuertes que posee el ser humano, ya que implica los aspectos de culpa y encubrimiento. Surge de sensaciones de imperfección, fallo o insuficiencia. La vergüenza y su secrecía se hallan indisolublemente ligados.
La vergüenza sin explicación es un proceso que lastima, produce dolor moral y puede generar trastornos en la personalidad, es una herida en la compresión de uno mismo, es una sensación adversa y angustiante.
Es la ruptura de una norma que nos asocia sanamente con otros seres humanos, a partir de que la alteración de la posición que ocupamos en el orden social, pues nos hace sentirnos pequeños.
Sentirla nos hace recordar cuando éramos pequeños de unos 5 años, y nos regañaban con o sin razón. La vergüenza y la culpa nos hacen vernos de manera negativa, responsables de eventos o hechos que se convierten en un arma aguda contra nosotros, pues se tiende a culparse de circunstancias que en realidad no están bajo nuestro control. A esto sigue hacer valoraciones de autodestrucción que generan una lesión en nuestra autoestima.
Una culpa constante y una vergüenza crónica llevan a la depresión, también pueden generar trastornos de ansiedad que comúnmente son tienen como antecedentes las personalidades retraídas, objeto de agresión constante.
Cuando la vergüenza se mantiene como el eje de nuestra vida, solemos darle la razón a los demás y no arriesgarnos. Según sea el caso, no queremos aceptar nuestras equivocaciones y ello nos lleva a mentir, para evitar la incomodidad, nos creemos salvados por un “yo no fui” o “a mi no me afecta”. Ante las normas sociales buscamos el ser correctos, perfectos, o por lo menos quedar tablas, por ahí hay un dicho que reza “el que no hace nada nunca se equivoca”.
Seguir este camino nos lleva a vivir para hacer feliz a alguien más, pero no a nosotros mismos, o incluso permitimos que otros manipulen nuestras decisiones a fin de cumplir sus expectativas e intereses. La vergüenza, la culpa, el temor a disentir y la evasión del conflicto adquieren una connotación de control, poder y dominación.
El opuesto de la vergüenza es el cinismo, la actuación con alevosía y ventaja y aun más grave, la impunidad cuando se cometen actos realmente indebidos. Si bien la vergüenza deriva de una manera exacerbada e irracional de ponderar la responsabilidad de hechos, condiciones y circunstancias que nos atañen, esto no quiere decir que nos desplacemos al extremo opuesto, y que nos desentendamos de las consecuencias ineludibles de nuestros propios actos.
Es importante cobrar conciencia que también hay personas que tienden a volcar la vergüenza hacia fuera, hacia otros, con la pretensión de que alguien mas sienta que tiene la culpa, compartir dicha culpa o transferirla. Se suele decir “me hiciste pasar vergüenza”, “me hiciste quedar en ridículo”.
Muchos hombres al sentirse avergonzados se enojan con quienes consideran son responsables de haberlos hecho quedar exhibidos en sus excesos, o incluso con quien haya sido testigos de su presunta humillación. Con la frase trillada de las películas mexicanas “Y tu, ¿Qué me ves?” preludio al zafarrancho en la cantina.
Según James Gilligan el sentimiento de la vergüenza es la razón primera y principal para toda violencia. Marina Castañeda dice que este sentimiento es el talón de Aquiles del machismo, es el punto más débil, puesto que revela en él inseguridad y su fragilidad.
La vergüenza es un sentimiento que los hombres machistas rehúyen, aunque esta juegue un papel central en su sensibilidad, un “verdadero hombre” no admitirá jamás que se siente avergonzado por algo que ha hecho, esto equivaldría a reconocer que se ha equivocado, pero sobre todo a hacerse responsable de sus actos.
Si algo se les enseña desde niños es a tener siempre la razón, que todo hombre es capaz de solucionar todo, ese es su patrimonio y signo de su hombría. En los programas televisivos siempre es el hombre quien tiende a resolver todo y de manera justa, aunque dicha justicia sea más bien arbitrariedad y capricho.
Sin embargo, como los sentimientos no pueden celarse tan fácilmente, la vergüenza se esconde debajo de muchas actitudes y conductas machistas. Muchos hombres dicen “no me importa lo que piensen los demás”, pero en el fondo les preocupa mucho su imagen, fama y reputación, especialmente con sus congéneres. Esto es, la identidad masculina depende más de lo que piensan otros hombres que lo que puede opinar una mujer.
La vergüenza como sentimiento humano sano nos enseña que como seres humanos que somos tenemos limitaciones, es decir, nos mantiene en contacto con nuestra realidad como seres sociales que debemos considerar a los otros. Nos enseña a no cometer ciertas conductas, como el sentir vergüenza por maltratar a un animal, tirar basura donde afecte al medio ambiente, a no actuar de manera no consciente o ilegal.
Sentirnos parte de un grupo social nos lleva a tener respeto mutuo, solidaridad, y, si hay condiciones viables de igualdad y compromiso, a desarrollar una verdadera empatía, no aquella de la que hablan las palabras huecas; asimismo a forjar vínculos amorosos.
Este contexto sin duda reduce significativamente la percepción y mecanismos negativos de la vergüenza. Disminuye la ofensa, cambia el estrés y reduce de manera importante las consecuencias no deseadas.
Existen alternativas para disminuir la vergüenza como el solicitar una disculpa o un perdón, pagar una sanción o incluso exponerse públicamente para privarnos de algunos privilegios. Bien se sabe que la religión de una manera ha ayudado a liberar culpabilidades, pero también a exagerarlas o esquematizarlas a través de la confesión, las limosnas, los peregrinajes o las exposiciones públicas. Por ello es importante que se adopte un enfoque científico que ayude a explicar el comportamiento humano y en consecuencia su vertiente de terapia psicológica.
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