El hambre y la violencia de Honduras ignoran las amenazas de Trump: “Quedarse es agachar la cabeza”

El hambre y la violencia de Honduras ignoran las amenazas de Trump: “Quedarse es agachar la cabeza”

A esa hora campesina en la que se apaga la noche pero aún no sale el sol, la estación de autobuses de San Pedro Sula, en el norte de Honduras, es un hervidero de familias tiradas en el suelo, mochilas de colegio, sillas de niño y bolsas de basura a modo de atillo en cuyo interior solo hay un par de pantalones y camisetas viejas.

Primero cien personas, luego trescientas, seiscientas… A las cinco de la mañana unas mil personas llegaron en un goteo silencioso y nocturno a la estación de autobuses procedentes de lugares como Choluteca, La Ceiba, Santa Bárbara o Colón hasta conformar un grupo que tiene un único objetivo en la cabeza: largarse del país.

Jóvenes, niños, ancianos, padres de familia, campesinos, amas de casa y decenas de adolescentes con menos de 20 dólares en el bolsillo han acudido a un llamado que se gestó en Facebook pero que se movió frenéticamente de boca en boca por los barrios más pobres del país. Todavía están limpios, con los zapatos intactos y algunos incluso conservan el celular. Si nada cambia será la última vez que mantengan la esperanza intacta. Acaba de conformarse la tercera caravana de migrantes centroamericanos, que ruge como las anteriores pidiendo paso.

“Quiero llegar a Estados Unidos y pedir asilo. Ya me moví una vez de casa y de ciudad porque no quiero trabajar para las pandillas, pero ya no tengo más opciones. Han vuelto a por mí”, explica sentado a las puertas de la estación Ricardo Alejandro, un joven de 18 años que llegó de Olancho. Lo que para las autoridades hondureñas es una estúpida moda que daña la imagen del país, para otros es cuestión de vida o muerte.

Antes de salir, dos clásicos de la caravana: el himno nacional y la lluvia. Sorprende que cientos de personas que dedican sus últimas palabras a despreciar el país en el que nacieron dediquen los últimos minutos a entonar el himno nacional agarrados a una bandera para cantar una letra escrita en 1915 que habla de su patria como un “lugar luminoso de suelo bendito”. Pero la realidad del siglo XXI es que “aquí no se puede vivir. Honduras está hecha mierda y está en el piso. No hay trabajo, ni futuro y vivimos aterrorizados con la delincuencia y con la ansiedad de dar de comer a nuestros hijos”, dice en el estacionamiento de la terminal de bus César Maldonado, un obrero de 30 años de Villanueva, en el departamento de Cortés.

El caso de los Maldonado es un buen ejemplo de la dimensión del fenómeno. En casa de los Maldonado no quedó nadie. Toda la familia al completo, los 18 miembros, entre los que hay ocho adultos y diez niños, uno de ellos de un año, han emprendido juntos la aventura de llegar a Estados Unidos. Lo decidieron la semana pasada y les animó el éxito, que según ellos, tuvo la primera caravana. “Quedarse aquí es agachar la cabeza y resignarse porque el sueldo de 200 lempiras (8 dólares) al día no da más que para comer y para pagar la tortilla diaria y la mayoría de la gente de la primera caravana ya está del otro lado”, dice Maldonado.

¿No es un trayecto muy peligroso para un niño de un año? “Peor es quedarse aquí muriéndose de hambre”, responde sin titubear.

Con los primeros rallos del sol, la marcha del hambre muestra su verdadera dimensión mientras avanza por el arcén de las agujereadas carreteras del país centroamericano. Unas 1.500 personas, a buen ritmo y sin tiempo ni para secarse el sudor, conforman el grupo que salió de San Pedro Sula, la capital industrial del país, un término demasiado pretencioso para una ciudad de un millón de habitantes que acumula barrios con cientos de miles de personas donde reinan la pobreza y la violencia.

Hasta la madrugada del martes la convocatoria de esta nueva caravana era un secreto que se movía exclusivamente en redes sociales pero que el presidente de EE.UU. Donald Trump se encargó de publicitar con un tuit en el que amenazaba a Guatemala, Honduras y El Salvador con cortar las ayudas si no impedían la formación de “la caravana más grande nunca antes vista”. La pasada noche, el inquilino de la Casa Blanca volvió a tuitear al respecto, usando de nuevo la caravana de migrantes como arma de política interna: “Decidle a Nancy [Pelosi] y Chuck [Schumer] que volar un dron no los detendrán. Solo un muro funcionará”.

Desesperado el Gobierno hondureño multiplica sus mensajes en radio y televisión para disuadirlos ante el temor a que la caravana multiplique su tamaño. Es una “locura” embarcarse en esta aventura llena de peligros, dice el embajador en México. “El primer hondureño que ingresó a EE UU en la primera caravana será atendido por el Gobierno norteamericano en marzo y el 97% que soliciten asilo en Estados Unidos serán deportados”. Según la Embajada de Honduras en México de los 2.500 hondureños que continúan en México solo el 3% tiene posibilidad de lograr el asilo.

En los últimos meses, según la cancillería de Honduras, alrededor de 13.000 hondureños han partido en distintas caravanas y la mitad, unos 7.200, han pedido la repatriación voluntaria. Otros once habrían muerto en distintos accidentes, el último un joven de 23 años arrollado por La Bestia, el tren que atraviesa México.

Sin embargo, frenar su salida del país no es tarea fácil. Aunque el Gobierno de Honduras persigue a los presuntos organizadores con amenazas de cárcel, no pueden impedir la concentración pública de cientos de personas en San Pedro Sula ni su posterior ingreso a Guatemala, donde un acuerdo entre los países del Triángulo Norte les permite moverse libremente.

Los esfuerzos de las autoridades hondureñas se centran en frenar la salida de menores de edad como Carla, de 15 años. Cansada de ganar 200 lempiras diarios por trabajar en una tortillería esta noche tomó sus cosas para probar suerte. “Me fui sin permiso pero quiero aprovechar para decirle a mi mami que esté tranquila y que no me va a pasar nada”. ¿Qué es lo que más temes del viaje? “Que me violen”, responde. Después de unos segundos de silencio, añade: “Como en Honduras, pues”.

El País.

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