El Reino Unido corre el mayor riesgo de desintegración desde que engulló los seis condados del Ulster como factura por la independencia de Irlanda hace casi un siglo. Por culpa del Brexit por un lado y de la vulgarización y radicalización del nacionalismo inglés por otro, la independencia de Escocia y la reunificación irlandesas no es que estén necesariamente a la vuelta de la esquina, pero sí más cerca que nunca.
El Brexit empezó si se quiere como una religión y se ha convertido en un culto. Un 63% de los militantes tories –los que van a elegir en petit comité al próximo primer ministro– están dispuestos a aceptar la soberanía de Escocia si es el precio a pagar por salir de la Unión Europea. Un 59% aceptaría la incorporación de Irlanda del Norte a la República de Irlanda. Un 54% asumiría la destrucción de su propio partido con tal de decir adiós a Europa. La mayoría estaría de acuerdo con un colapso económico. Por lo único que no pasarían, ni siquiera a cambio de la ansiada independencia del continente, es por un gobierno “socialista” liderado por Jeremy Corbyn. El fanatismo tiene sus límites y hasta ahí podíamos llegar. La paradoja es que cuanto más factible es un no deal, mayores son las posibilidades –según algunos casi la certeza– de unas elecciones anticipadas que pueden llevar al líder del Labour al poder.
Escocia
Londres no quiere que haya otro referéndum pero el caos económico le podría obligar a ceder
Un sondeo publicado la semana pasada indica que el independentismo ha avanzado al norte de la frontera escocesa, y los partidarios de la soberanía suman ya el 49% frente al 51% de los unionistas (un empate técnico), cuando hace cinco años la permanencia en el Reino Unido se impuso en el referéndum por un 55% a 45%. Pero si el nuevo líder conservador y primer ministro es Boris Johnson (que garantiza salir de la Unión Europea el 31 de octubre aunque sea sin acuerdo, pase lo que pase), entonces el sí a la independencia gana de calle, por un 53% a un 47%.
Los escoceses tienen una opinión más negativa de Johnson que de ningún otro político británico, incluido el ultraderechista Nigel Farage (líder del Partido del Brexit), justificada porque en su época como director de la revista The Spectator autorizó la publicación de un poema que los calificaba de “piojosos”, y varias veces ha expresado su desprecio hacia ellos, propuesto “darles una lección” y sugerido que Inglaterra debería dejar de “subvencionarlos” (ignorando convenientemente el hecho de que durante décadas se ha quedado con el petróleo del mar del Norte).
La líder conservadora escocesa Ruth Davidson, una de las pocas figuras liberales y modernas en cuestiones sociales que tiene el Partido Conservador, y partidaria de un Brexit lo menos duro posible, no pierde ocasión de constatar públicamente el empujón que está recibiendo el soberanismo de la radicalización de los tories, su coqueteo con la extrema derecha (se especula una alianza con Farage si hay elecciones generales anticipadas), y la obsesión con marchar de Europa al precio que sea. A la mayoría de ingleses (bases conservadoras al margen) no les importaría prescindir del Ulster, que es una carga económica, pero el previsible efecto dominó podría hacer que también se quedara sin Escocia, y eso es harina de otro costal.
Irlanda
Las clases medias se han reconciliado con la idea de financiar la integración del Ulster
Hasta que David Cameron tuvo la brillante idea de jugarse el futuro del país ala ruleta del Brexit, el nacionalismo inglés había consistido en ondear la bandera blanca con una cruz roja de San Jorge en los campeonatos de Europa y del mundo de fútbol, cuando aparecía en las ventanas de los barrios de clase trabajadora. En los últimos tres años ha evolucionado sin embargo hacia un trumpismo en toda regla (rechazo del establishment político y económico, y de la UE como parte de él), alineado con los populismos de extrema derecha rampantes en los EE.UU. y muchas partes de Europa.
VAN
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