Apartando las consideraciones religiosas, es ampliamente aceptado que un individuo llamado Jesús vivió hace dos mil años, en lo que hoy conocemos como Israel. Se le reconoce como un judío disidente que eventualmente lideró un grupo de seguidores, sus acciones provocaron la incomodidad del Imperio romano.
En la víspera de la Pascua, también conocida como el Domingo de Resurrección, fue finalmente juzgado, torturado y ejecutado por crucifixión, una forma común de castigo en aquel tiempo.
Después de su muerte, sus seguidores se encargaron de difundir sus enseñanzas, marcando el inicio de la transición de historia a mito, religión y teología, en gran parte gracias a figuras como Paulo de Tarso, un prolífico escritor de la época y pionero de la Iglesia cristiana.
Este cambio de enfoque se evidencia en las cartas que escribió, donde pasa de tratar con el Jesús histórico al Jesús de la fe. Es importante señalar que, independientemente de la religiosidad asociada a su figura, Jesús fue considerado un condenado político, lo que demuestra la estrecha relación entre religión y política en ese contexto, especialmente en el caso de un liderazgo popular.
La crucifixión, aunque ahora se asocie fuertemente con el simbolismo cristiano, era una forma de ejecución común en aquel tiempo, especialmente entre los no ciudadanos romanos. En el caso de Jesús, su ejecución cerca de la Pascua judía plantea cuestionamientos históricos, ya que habría sido una provocación evidente en una ciudad llena de judíos.
Su entrada a Jerusalén días antes de su crucifixión, durante el Domingo de Ramos, lo habría expuesto aún más a las autoridades, convirtiéndolo en un objetivo fácil para ellas.
Con información El Imparcial
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