Los otros ‘pulmones’ de México: por qué los humedales son héroes anónimos en la lucha climática

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Allí donde el agua y la tierra se confunden, respira un refugio de vida que sostiene al planeta. Los otros pulmones de México, discretos y vitales, ayudando a curar al planeta.

Allí donde la tierra duda si ser agua o suelo, nacen los humedales. Donde el aire huele a vida lenta, con garzas inmóviles, raíces sumergidas, espejos azules, discretos, donde el cielo se ensaya.

Un humedal es un ecosistema de transición entre la tierra y el agua, donde el suelo, o el subsuelo, permanece cubierto de agua—ya sea dulce, salobre o salada— de forma permanente o estacional (durante varios meses).

México alberga una de las mayores extensiones de humedales del continente americano, con cerca de doce millones de hectáreas. En ellos, el terreno permanece saturado o inundado durante buena parte del año, dando lugar a suelos anóxicos (con poco oxígeno), especies y plantas adaptadas a la humedad (hidrófitas) y una gran productividad biológica.

Y para estos ecosistemas no hay exclusividad climática. Se forman allí donde el agua y el suelo se encuentran en equilibrio prolongado, independientemente de la latitud o la temperatura. Humedeciendo a México desde los manglares de Quintana Roo hasta las ciénegas michoacanas y las lagunas costeras de Sinaloa.

Los hay marino-costeros, prefiriendo caricias saladas: manglares, marismas y lagunas costeras. Otros, se forjan tierra adentro (continentales) a base de agua dulce: lagos, lagunas, ríos, arroyos, pantanos, turberas y llanuras de inundación. Y también los hay artificiales —Made in Human— como arrozales, estanques de granja, embalses, presas y salinas.

Y aparecen variopintos, albergando flora y fauna, hábitats clave para aves migratorias y refugio de especies en peligro. Ecosistemas que, además, son héroes anónimos de la lucha climática.

Refugio y escudo

Los humedales actúan como reguladores del ciclo del agua y del clima. Imagina esponjas gigantes que almacenan agua y la liberan lentamente, ayudando a mitigar inundaciones, sequías y recargar acuíferos, mientras filtran contaminantes y nutrientes.

En las costas, amortiguan el impacto de mareas de tormenta y el oleaje, actuando como barreras naturales. Barreras que, además, protegen al litoral de la erosión. Mientras, tierra adentro, son fuente vital de agua dulce y de alimentos como el arroz y el pescado, de los que dependen millones de personas.

Y su biodiversidad es asombrosa. Albergan una de cada tres especies amenazadas del país y sirven de escala para miles de aves que migran desde Canadá hasta Sudamérica. En sitios como Marismas Nacionales, el humedal más extenso de México, conviven cocodrilos, garzas rosadas, jaguares, crustáceos y una comunidad humana que depende directamente de su equilibrio ecológico.

Mientras se habla de bosques y selvas como sumideros de carbono, se olvida que el barro de un manglar puede almacenar cinco veces más carbono que un bosque tropical.

Sin embargo, uno de sus rasgos más sorprendentes, permanece casi en el anonimato. Mientras se habla de bosques y selvas como sumideros de carbono, se olvida que el barro de un manglar puede almacenar cinco veces más carbono que un bosque tropical.

En México, los suelos de humedales pueden contener hasta 86 kg de carbono por metro cuadrado, principalmente en pantanos y marismas. Siendo los pantanos los mayores reservorios de carbono.

Por su parte, en los costeros ese carbono, llamado carbono azul, queda atrapado durante siglos bajo capas de sedimento húmedo. Cuando se destruyen, no solo se destruye hábitats, también los vuelve fuentes importantes de gases de efecto invernadero. Aun así, parte de estos ecosistemas, como los pantanos, no están contemplados por las leyes mexicanas de protección ambiental.

Amenazados

Pese a lo que ofrecen y protegen, los humedales son de los ecosistemas más vulnerables. Pudieran parecer un paisaje menor, casi desapercibido y, sin embargo, un solo metro cuadrado de humedal puede hacer tanto o más por el clima — y por el futuro de la vida— como un árbol en pie en la selva más densa.

En México, la urbanización, la agricultura intensiva, el turismo descontrolado y el ascenso del nivel del mar están reduciendo su extensión a un ritmo alarmante. En la costa de Veracruz, por ejemplo, la expansión urbana impide que los humedales costeros migren tierra adentro conforme el nivel del mar sube, quedando literalmente aplastados entre el mar y el cemento.

A estas presiones globales se suman problemas locales: la sobreextracción de agua, contaminación agroquímica, incendios recurrentes y la expansión de especies invasoras como el carrizo. En 2016, en el lago Cuitzeo, Michoacán, la invasión de carrizo junto con la quema de 242 hectáreas alteró drásticamente el equilibrio del humedal.

Y las consecuencias aquí van más allá de lo ecológico. Se estima que la pérdida de humedales costeros podría representar pérdidas económicas superiores a cuatro mil millones de dólares anuales en servicios ecosistémicos, afectando desde la protección costera hasta la pesca.

¡Cuidar, lo que cuida!

En los últimos años, México ha comenzado a reconocer formalmente el valor de sus humedales dentro de sus políticas climáticas. La conservación de manglares y marismas se incluye ya en los compromisos del país en el marco del Acuerdo de París (2015) y se promueven estrategias enfocadas en el carbono azul para cumplir metas de mitigación.

Existen también programas de conservación y financiamiento —como BIOFIN y el Fondo para el Medio Ambiente Mundial (GEF)— que apoyan proyectos de restauración en sitios Ramsar, es decir, humedales reconocidos internacionalmente por su importancia ecológica.

Hasta octubre de 2025, México cuenta con 143 sitios Ramsar registrados oficialmente (más de 8,6 millones de hectáreas de humedales), siendo el país con el mayor número en América Latina y uno de los cinco primeros del mundo.

En la Agenda de Biodiversidad y Cambio Climático, se propone integrar los humedales como soluciones basadas en la naturaleza, combinando conservación, adaptación y desarrollo comunitario. Y en regiones como Sian Ka’an (Quintana Roo), Marismas Nacionales (Nayarit) y Ciénegas de Lerma (Estado de México), se prueban esquemas de restauración participativa.

Pero los recursos siguen siendo insuficientes y la coordinación institucional dispersa. La mayoría de los humedales mexicanos carece de monitoreo constante y muchos sobreviven solo gracias al esfuerzo de las comunidades locales y de organizaciones civiles. No basta con hablar de cambio climático, urge hacer más por esos lugares que aún ayudan al planeta a sanar.

Con información de Meteored.

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