Quién no ha oído hablar de Stonehenge? Es el epítome de los monumentos megalíticos.
Empezó a erigirse en 3100 a. E., y durante un milenio y medio fue aumentado, completado y modificado. Todo lo que rodea a la construcción es un misterio: desde los motivos que tuvieron los habitantes de la zona para dedicarle casi un centenar de generaciones a su construcción a cómo se trasladaron las piedras pasando, evidentemente, por la razón que les llevó a levantarlo.
Desconocemos todo sobre aquellas gentes; no dejaron ningún registro escrito de su paso por la Tierra. Esto convierte a Stonehenge en el lugar perfecto para especular sin más límite que la propia imaginación. Y se han ofrecido muchas y muy diversas explicaciones, desde las más proaicas a las más floridas: desde una especie de centro de curación -un Lourdes de la prehistoria-, a un monumento erigido a la paz y la unidad o un computador astronómico.
Los picapiedra astrónomos
En 1963 Gerald Hawkins, un profesor de astronomía de la Universidad de Boston, publicaba en la prestigiosa revista Nature que la famosa construcción megalítica de la planicie de Salisbury era como un gran ordenador de piedra destinado a predecir determinados fenómenos astronómicos, los eclipses entre otros. Hawkins estudió 165 características del monumento y buscó si estaban alineadas con la salida o puesta del Sol, la Luna, los planetas visibles a simple vista o con las estrellas más brillantes del cielo hacia 1500 a. E. Y las encontró. Hawkins se dejó llevar por su entusiasmo y planteó que los misteriosos agujeros de Aubrey, un anillo de 56 hoyos que se creen que se hicieron durante las primeras fases de construcción Stonhenge hacia el cuarto milenio antes de nuestra era, son un método de predicción de eclipses lunares.
Ahora bien, la espada de Damocles que cuelga sobre esta hipótesis es probabilística: ¿cuáles son las posibilidades de que dada una determinada configuración encontremos una alineación con algún fenómeno celeste en algún momento del año? Para Hawkins era una entre un millón; para los críticos, como el arqueólogo Richard Atkinson, una entre dos. Además, dicen otros investigadores, el clima de la zona juega en contra de Hawkins; es bastante complicado hacer observaciones medianamente exactas de eventos astronómicos con el desapacible y nuboso tiempo meteorológico británico.
Pero si las razones de su construcción permanecerán por siempre ocultas por las brumas de la historia, al menos sí sabemos cómo lo erigieron. Probablemente emplearon cuerdas y postes de madera para marcar el punto central y la posición de cada uno de los megalitos situados a su alrededor.
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