El Egipto actual es un tesoro arqueológico lleno de misterio y maravillas. En este artículo, se exploran las cámaras funerarias que han permanecido selladas durante milenios, revelando los tesoros y secretos del Egipto de los faraones.
El hallazgo de una sepultura intacta donde fue enterrada una persona es relativamente común para todas las misiones que excavan hoy en Egipto. Se debe a que la gran mayoría pertenecen a esos grupos sociales que no tenían muchos recursos para enterrarse con un gran ajuar en su propia tumba, o que eran sepultados en fosas excavadas en la arena del desierto.
Esas tumbas no llaman la atención del gran público porque no están acompañadas de un mobiliario funerario de gran calidad y belleza, porque este se halla en unas condiciones de conservación muy delicadas o, simplemente, porque estaban acompañados solo por algunas ofrendas que estaban guardadas en cerámicas de uso cotidiano.
La vida cotidiana de los antiguos egipcios: una mirada al pasado
Sin embargo, para los diferentes especialistas que hoy en día componen los equipos de investigación, pueden resultar una fuente importantísima para reconstruir las condiciones de vida de los antiguos egipcios. En ese sentido, los antropólogos físicos determinan la edad, el sexo, el grupo étnico, las enfermedades que sufrieron en vida y, en algunos casos, hasta la causa de la muerte.
Los expertos en paleoambiente determinan las maderas que se utilizaron para los ataúdes, que podían ser locales o de importación, y las semillas de plantas y flores de las ofrendas y ramos que acompañaron al difunto en el último momento, lo que, en algunos casos, permite precisar el momento del año en el que fueron enterrados. Los ceramólogos determinan el origen de las cerámicas, si fueron realizadas de forma local o procedían del exterior, etc.
Todo ello, en conjunto, además de los textos y la comparación con otras tumbas y cementerios contemporáneos, permite al egiptólogo determinar cómo eran las condiciones de vida de aquellos egipcios que no aparecían representados en los templos de los grandes personajes de la Antigüedad.
No obstante, para bien o para mal, los medios de comunicación, desde el descubrimiento de Tutankhamon, destacan siempre los descubrimientos de tumbas de faraones o aquellas que destacan por su rico ajuar. Con los medios y especialistas con que contamos hoy, las posibilidades de obtener información se multiplican.
Descubriendo tesoros en las arenas de Egipto
La historia de los grandes descubrimientos de tumbas intactas se remonta al siglo XIX, cuando el mercado de las antigüedades europeo y, más tarde, americano comienza a demandar objetos egipcios. En las primeras décadas de ese siglo, la búsqueda de tesoros se multiplicó. Pero se trataba de saqueos realizados por grupos de población locales, que esperaban encontrar tesoros, o por europeos residentes en Egipto, que habían convertido las antigüedades egipcias en un negocio muy rentable.
En la década de 1820, comenzamos a tener noticia de algunas tumbas de grandes personajes del Antiguo Egipto, entre las que destaca la del faraón Nubkheperre Intef, de la Dinastía XVII, que fue enterrado en la orilla occidental de Luxor. Lamentablemente, los objetos hallados en ella, así como otros descubrimientos similares desenterrados en esos años, se encuentran repartidos por diferentes museos arqueológicos de Europa, en algunos casos, sin haberse podido establecer claramente su procedencia original.
La desprotección que sufrían los monumentos egipcios comenzó a cambiar en la década de 1850, tras la llegada a Egipto del joven egiptólogo francés Auguste Mariette, que luchó para que las autoridades egipcias regularan las excavaciones en el país del Nilo. Por fin, en 1858, se creó una institución que velaría por el patrimonio egipcio: el Servicio de Antigüedades (hoy denominado Ministerio de Antigüedades).
Gracias a esta institución y las regulaciones, que se fueron haciendo cada vez más restrictivas, hoy podemos disfrutar de los ajuares de las tumbas intactas en los museos egipcios, como el rico enterramiento de un toro sagrado Apis XIV (del reinado de Ramsés II) que Mariette descubrió en 1852 en el Serapeum de Saqqara.
En 1859, se descubrió la tumba intacta de la reina Ahhotep por parte de unos capataces de Mariette. Sin embargo, este no llegó a tiempo de evitar que las piezas más destacadas, como el ataúd dorado, diademas, collares, brazaletes y pectorales, fuesen enviadas al gobernante de Egipto, Said Pachá. Mariette logró rescatarlas cuando se dirigían a El Cairo, donde iban a repartirse entre las favoritas del harén de Said Pachá.
Esto llevó al egiptólogo francés a convencer al político egipcio de fundar una institución que exhibiese las piezas más excepcionales descubiertas hasta el momento y que se hallaban en un almacén. Así, en 1863, abrió sus puertas en El Cairo el Museo de Bulaq, que permaneció abierto hasta 1891.
Gaston Maspero y su impacto en la Egiptología
Mariette fue sucedido por Gaston Maspero, otro egiptólogo francés que dio un gran impulso a la egiptología por sus descubrimientos, pero que también desarrolló y profesionalizó el Servicio de Antigüedades. En 1881, un ayudante de Maspero, Émile Brugsch, tuvo noticia de que una familia de Luxor Oeste, los Abd el-Rassul, había encontrado una tumba intacta, posiblemente real, y que, esporádicamente, vendía a anticuarios piezas excepcionales.
Tras conseguir la ubicación de la tumba, bajo métodos un tanto discutibles, Brugsch descendió a una tumba situada cerca de Deir el-Bahari. Allí descubrió algo excepcional: en una tumba de grandes dimensiones, pero carente de decoración, se hallaban depositados los cuerpos de numerosos reyes y miembros de la familia real del Reino Nuevo, además de altos personajes de la Dinastía XXI.
Las momias estaban depositadas dentro de ataúdes y rodeadas de ofrendas y algunos objetos del ajuar original. Habían sido escondidas durante las dinastías XXI y XXII para preservarlas de los saqueos que se iban sucediendo en el Valle de los Reyes y en necrópolis cercanas desde finales de la Dinastía XX.
Cambio de ataúdes
Lamentablemente, casi todos los altos personajes del Reino Nuevo no reposaban en sus ataúdes y sarcófagos originales, sino que estos habían sido cambiados por otros de maderas nobles. De los ajuares originales quedaba poco, pero lo suficiente como para imaginar cómo habrían sido cuando fueron enterrados en el Valle de los Reyes o de las Reinas.
Pero la reunión de las momias de estos personajes facilitó a los responsables de los traslados apoderarse de las piezas realizadas con metales nobles. En esa época, Egipto no tenía la capacidad de producir metales nobles como en los siglos precedentes.
Este vasto hallazgo, compuesto por más de 6.000 piezas, obligó a Brugsch a realizar el vaciado de la tumba en dos días, ya que existía la amenaza de que la población local quisiese hacer valer sus “derechos” sobre el “botín”. Al sacar las piezas con tanta celeridad se perdió una gran cantidad de información, como la localización de los cuerpos y de los objetos asociados a ellos.
El aumento de poder de los funcionarios en el Antiguo Egipto
Con el paso de los años, la situación se fue normalizando. La autoridad del Servicio de Antigüedades se fue consolidando, de tal forma que, en el viaje de inspección al Alto Egipto que Gaston Maspero realizó en 1886 junto con varios egiptólogos y el cónsul español Eduard Toda i Güell, se descubrió la tumba intacta de un oficial llamado Senedjem, del poblado de Deir el-Medina, la aldea donde residían los artistas que construían las tumbas reales en el Valle de los Reyes.
Eduard Toda fue el encargado de la documentación y el vaciado de la tumba y se encontró con una veintena de sarcófagos y momias (algunas, con sus máscaras y pectorales), cerámicas, cofres, cajas, camas, sillas y taburetes. También había shabtis, herramientas de un arquitecto y hasta un fragmento de piedra caliza con una parte del texto en hierático del Cuento de Sinuhé, la obra cumbre de la literatura egipcia, compuesta 600 años antes.
El contenido era una auténtica joya para los egiptólogos. Al compararlo con descubrimientos posteriores, esa veintena de momias indicaba que se abrió y cerró en numerosas ocasiones, durante las cuales parte del ajuar probablemente fue de nuevo usado por los familiares en el mundo de los vivos.
Competidores de Tutankhamon
No fue hasta 1894 cuando se volvieron a descubrir tumbas de personajes de la realeza. Y fue de la mano del director del Servicio de Antigüedades, Jacques de Morgan. Durante un par de años, De Morgan excavó alrededor de las pirámides de los reyes Amenemhat II, Sesostris III y Amenemhat III (Dinastía XII), en Dahshur.
Junto a la pirámide de Sesostris III, halló un par de cámaras funerarias saqueadas en la Antigüedad, pero en las que los ladrones olvidaron revisar un par de pozos cercanos donde se hallaron joyas de oro y piedras preciosas, que originalmente pertenecieron a la princesa Sithathor y a la reina Meret.
De Morgan continuó las excavaciones en Dahshur un año más y tuvo todavía más suerte. Alrededor de la pirámide de Amenemhat II, descubrió cuatro tumbas intactas, tres de las cuales (de las princesas It e Itweret y de la reina Khnemet) contenían gran número de joyas, amuletos, dagas y diademas que rivalizan con las halladas en la tumba de Tutankhamon.
Por último, De Morgan sacó a la luz la tumba de un rey casi desconocido de la Dinastía XIII, Hor. El ataúd fue saqueado en la Antigüedad, pero el enterramiento contaba aún con numerosos objetos, entre los que destaca una estatua del ka del rey que llama la atención por su viveza, gracias a los ojos vidriados con los que fue decorada.
El inicio del siglo XX supuso la generalización de las excavaciones por todo Egipto, principalmente en las necrópolis de Menfis y de la antigua Tebas. Allí, el rico estadounidense Theodore Davis, con la supervisión de los inspectores James Quibell y Arthur Weigall, descubrió en 1905 una tumba en el Valle de los Reyes (KV46) donde reposaban los cuerpos de Yuya y Tuya, padres de la reina Tiy, esposa de Amenhotep III y madre de Akhenaton.
La tumba había sido abierta por saqueadores antiguos, pero solo desvalijaron las joyas de los cuerpos y los perfumes. El resto estaba intacto y había un ajuar que, por su variedad y riqueza, solo ha sido superado por el de Tutankhamon. Contenía sarcófagos, ataúdes y máscaras doradas, mobiliario con láminas de oro y diversas incrustaciones, shabtis, vasos canopos, cerámicas con el natrón de embalsamamiento, etc.
Un año más tarde, el egiptólogo italiano Ernesto Schiaparelli halló, no lejos de la tumba en la que había trabajado el español Eduard Toda, la del arquitecto de las tumbas reales a mediados de la Dinastía XVIII, Kha, al que acompañaba su esposa Meryet. Su ajuar es uno de los mejores ejemplos encontrados en Egipto, no solo por su óptimo estado de conservación, sino porque estaba compuesto por numerosos objetos de la vida cotidiana.
La variedad es inmensa: se encontró mobiliario, pelucas, cosméticos, ropa guardada en los cofres, herramientas, etc. Uno de los aspectos que más información puede ofrecer todavía es el análisis de las ofrendas, compuestas por verduras, carnes, pan, hierbas de condimento, harina, frutas y guirnaldas y ramos de flores. Estos y otros descubrimientos afortunados del egiptólogo italiano constituyen la base del Museo Egipcio de Turín, una de las colecciones egipcias más importantes del mundo.
El auge de la Egiptología: explorando la edad dorada
Los años que siguieron al descubrimiento de Kha se pueden considerar los años dorados de la egiptología. Se realizaron grandes excavaciones en importantes y numerosos yacimientos y se sentaron las bases de buena parte de nuestro conocimiento actual. En el Valle de los Reyes, en Luxor, tras desenterrarse las tumbas de los grandes faraones del Reino Nuevo, parecía que el yacimiento estaba exhausto.
Sin embargo, Howard Carter todavía creía que podía hallarse alguna, en concreto la de Tutankhamon. Y así fue. Aunque afirmó que tenía “los sellos intactos” (los egipcios cubrían con barro el cerramiento de las tumbas y, en algunos casos, lo imprimían con sellos), la tumba había sufrido un pequeño saqueo poco después de la muerte del rey y un segundo que fue descubierto a tiempo: Carter halló envueltas en unas telas algunas piezas que pretendían llevarse.
A pesar de ello, la tumba de Tutankhamon puede considerarse con justicia el mayor hallazgo arqueológico de la historia. La documentación de la tumba no fue una labor fácil para Carter: hubo una interrupción por motivos políticos (Egipto se estaba independizando del Reino Unido); hubo que trabajar en condiciones difíciles por falta de espacio; los alrededores de la tumba se convirtieron en un avispero de turistas, y Carter recibía constantes visitas de importantes políticos o miembros de la realeza. Por si fuera poco, tenía la responsabilidad de documentar cada una de las piezas y asegurar su preservación. Todo lo realizó con sobresaliente éxito.
Redescubriendo los tesoros de Guiza
En plena resaca por el descubrimiento de Tutankhamon, en 1925 fue descubierta en Guiza otra tumba real por parte del equipo del arqueólogo estadounidense George Reisner. En lo que habría sido una pirámide que nunca se llegó a levantar, se construyó un pozo de 27,5 metros de profundidad que conducía a la cámara sepulcral.
Tras el cierre intacto se encontraba un ajuar riquísimo de la madre del rey que construyó la pirámide más grande jamás erigida, Keops. La reina, esposa del rey Esnefru, se llamaba Hetepheres (I). En el interior de la cámara se halló una gran cantidad de piezas de factura excelente, si bien muchas habían sufrido los estragos del tiempo.
Destacan las camas de madera, los cofres y armarios, todo revestido de oro con incrustaciones, herramientas de cobre y vasos de piedra y cerámica, además de los vasos canopos con las vísceras. También había un sarcófago de calcita (alabastro egipcio) que, contra todo pronóstico, se hallaba vacío.
Diferentes egiptólogos han tratado de explicar este hecho. Recientemente, Francisco Borrego Gallardo, profesor de la Universidad Autónoma de Madrid, ha propuesto que se debe a que la reina fue originalmente enterrada en Dahshur, cerca de su marido, y que su hijo, Keops, decidió trasladar una parte de su cuerpo (las vísceras y los órganos momificados) cerca de su lugar de descanso eterno, de tal forma que pudiera ayudar a su hijo a renacer en el Más Allá.
El hallazgo en el Tanis faraónico
En la primavera de 1939, el mundo comenzaba a contener la respiración por los problemas políticos que se vivían en Europa. Entretanto, en el delta del Nilo, concretamente en la ciudad de Tanis, iba a producirse uno de los acontecimientos más sobresalientes de la egiptología. Allí, el egiptólogo francés Pierre Montet acababa de descubrir la necrópolis del Tercer Período Intermedio en un extremo del recinto de Mut.
Las primeras cámaras, a las que se accedía a través de un pozo de unos cuatro metros, estaban saqueadas, aunque quedaban restos del ajuar original, así como diversos sarcófagos en los que reposaron varios reyes de la Dinastía XXII y algún príncipe. Las excavaciones continuaron y, el 17 de marzo de 1939, se halló otra estructura subterránea que contenía cinco cámaras.
En la primera, saqueada, reposaban los restos de Sheshonq II (un rey hasta entonces desconocido), Siamun y Psusennes II. Sin embargo, todavía quedaba el ataúd de plata del rey Sheshonq II, cuya cara representaba al dios Horus. Más adelante, había dos cámaras tras un muro decorado y enormes bloques de granito. En una estaba el enterramiento intacto de Psusennes I, acompañado de sus canopos, shabtis y recipientes de plata.
La momia del rey estaba dentro de un sarcófago originalmente preparado para el rey Merneptah, de la Dinastía XIX. Dentro, la misión francesa encontró un bellísimo ataúd de plata con apliques de oro y la máscara de oro del rey, junto a otras piezas y joyas que decoraban la momia del rey. La segunda cámara, preparada originalmente para la esposa de Psusennes II, Mutnedjmet, fue ocupada finalmente por el faraón Amenemope, hijo de ambos.
En las restantes cámaras, abiertas tras la Segunda Guerra Mundial, fue enterrado un general, Wendjebauendjedet, mientras que otra, también preparada para otro militar, estaba vacía. El ajuar de Wendjebauendjedet era casi tan espectacular como el de Psusennes I. A pesar de que los objetos orgánicos habían sufrido un mayor deterioro que los de la tumba de Tutankhamon, el hallazgo de Tanis nos ha permitido acercarnos a la sofisticación de la corte real egipcia, esta vez en un período en el que la realeza egipcia ocupaba un lugar secundario en la escena internacional.
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