Por: Fernando Espinosa Rúa
El verdadero terror colectivo ocurrió en la Edad Media cuando se desató la trilogía mortal: peste, hambre y guerras.
Durante cuatro siglos entre 1348-1720 las epidemias diezmaron Europa, tan solo en este periodo se calcula que murió la tercera parte de la población. El terror era tal en las calles y ciudades que estaban completamente vacías. Había una especie de sentimiento que advertía el fin del mundo, el arte comenzó a evocar lo macabro de la situación y se registraron cambios en el equilibrio emocional de Europa. Por lo anterior, las conductas sociales se modificaron, por ejemplo, con la peste la gente empezó a encerrarse en sus casas para evitar la proximidad y el contagio y se inventó el mostrador que pone distancia higiénica entre el vendedor y el cliente.
Como la gente no sabía el origen de la peste, los viajeros, marginales, extranjeros o todos los que no “cumplían” en detalle con las creencias y costumbres de la mayoría, se volvieron blanco de persecución, ataque o muerte.
No menor huella dejaron las hambrunas, debidas a que se generaron cambios climáticos y cosechas malas, que ocasionaron de inmediato asaltos en los caminos y las cóleras colectivas eran descargadas muchas veces con los molineros o comerciantes. Pero tal vez el terror más grande era al otro y el extraño, al ser considerado “agente de satán”, lo que desencadenó guerras y persecuciones por doquier, la discriminación e intolerancia creció. Los líderes políticos y religiosos estaban más imbuidos en proyectos de conquista territorial y expansión colonial que en atender al pueblo.
Pero no han sido solo esas pandemias ancestrales las que han asolado, a la viruela, en épocas más recientes, se le sumó el VIH, el cólera, la gripe española, entre otras y el mundo ha tenido que evolucionar y reaccionar ante estos recordatorios de que no podemos sustraernos del poder de la naturaleza.
Si bien en cierto que el miedo es un sentimiento que nos ayuda generar precauciones, este puede salirse de control y pasar a neurosis, pánico y terror, como sucedió en la Edad Media, ya que el miedo tiende a generar cada vez más pensamientos negativos y como se actúa tanto ante un peligro real como ante uno imaginario, entonces damos rienda suelta a nuestra imaginación e impulsos.
El miedo puede convertirse en un estado constante, en una inquietud enfermiza casi permanente, en una angustia que te paraliza, como consecuencia aumentas tus niveles de ansiedad.
La mayoría de nuestros miedos son infundados y están condicionados por nuestra cultura, y se transmiten principalmente por las personas que están a nuestro alrededor inmediato, pero también de manera masiva. El miedo a sufrir es en definitiva el mayor mecanismo de protección que se pone en marcha frente al miedo de morir. Una persona con miedo genera casi de forma espontánea excusas, resistencias, justificaciones y teorías infundadas, aun y cuando se le den explicaciones lógicas, porque el miedo tiende a producir por sí mismo aún más miedo e inseguridad. Es importante que la persona tenga un momento de introspección, de calma para que pueda empezar a analizar su situación, ya que estamos expuestos a recibir información que a veces es confiable, pero en su mayoría se trata de mensajes llenos de noticias falsas, verdades a medias, versiones incompletas, así como datos sesgados, desactualizados y puestos fuera de contexto.
Se puede hacer el siguiente ejercicio. De detenernos a inspirar por la nariz mientras que la fuerza y la paz penetran lentamente llenando los pulmones de aire. En ese punto, se contiene la respiración unos instantes y después, se expira permitiendo que el cuerpo recupere la calma y serenidad interior.
Así con la respiración se puede dar una pausa de unos 5 minutos de silencio, de escuchar los ruidos de nuestro alrededor e incorporarlos a nuestra respiración reduciéndolos a un ruido blanco o neutro. Cualquier persona puede influir sobre el estado de ansiedad que surge cuando se experimenta miedo, mediante la
respiración, porque cuando esta es lenta y profunda oxigena al cerebro, tranquiliza el corazón y actúa sobre el centro emocional.
Toda vez que se recupera la capacidad de actuar, se puede pensar en la causa que ha originado ese estado de ansiedad, esa angustia, porque mantener un pensamiento de miedo puede engendrar una forma obsesiva de pensar.
Ya con más calma y ecuanimidad es útil contrastar la información, confirmar fuentes y bloquear lo más inmediatamente posible a los canales y personas que propagan los mensajes de pánico, desacreditación y odio, la mayoría de las veces no vale la pena discutir porque se trata de personas con una estabilidad mental y emocional precaria, o bien sus intenciones son abiertamente nefastas y violentas, al final de cuentas es su pobre patrimonio intelectual y sentimental, aunque sea información basura y muestra de su inmensa ignorancia, irresponsabilidad y mala voluntad.
A veces el uso de las palabras pueden ser generadoras de pensamientos positivos porque los signos lingüísticos son representaciones para articular nuestros propios relatos y narrativas. Se pueden cambiar las palabras miedo, terror, pánico por temor o precaución, estas últimas suavizan el efecto en nuestro pensamiento y visión del mundo.
Hay que hacer una toma de conciencia. El miedo está ligado desde el sano escepticismo y la duda, hasta la incertidumbre y el sufrimiento. Conocer nuestros temores nos ayuda a observarlos desde un ángulo diferente a partir del cual podemos desarticularlos y arrebatarles el control. Una manera de saber a qué le tenemos miedo es escribir en una hoja en blanco todo lo que pase por nuestra cabeza y que comience con la frase “No quisiera”. De esta manera se acepta el miedo y se llega a entender que tenemos derecho a sentirlo. Al convivir con las verdades más duras de uno mismo, sentiremos ganas de llorar o enojarnos, y se vale hacerlo, pues solo así la estabilidad emocional comenzara a reanimarse, lo peor que puede pasar es darnos cuentas que fuimos engañados o nos engañamos nosotros solitos y que reaccionamos de forma desproporcionada.
La aceptación nos permite comprender la razón de nuestra actitud y estar en condición de superarla. El simple hecho de tener que hablarlo ante un grupo de personas nos reconforta.
No utilizar frases como “no hay que tener miedo”, “no es para tanto”, pues estas tienen el efecto contrario pues nos culpabilizan o ridiculizan. En realidad, hay que aceptarla con un “Sí tengo miedo” y preguntarse ¿Qué es lo peor que pude ocurrir en una situación como esta? No pasa nada. Habrá veces que no podamos superar todos los miedos. El aceptarlos y analizarlos y conocer sus causas, darnos cuenta que sus consecuencias no serían en realidad tan terribles o incluso darnos cuenta de que esos miedos no tienen sentido y conseguir que desaparezcan.
Después de la toma de conciencia la acción. Como el miedo nos paraliza, el mejor antídoto para éste es la confianza y la fe y tratar de volver a la normalidad. En esta fase hay que aproximarse al objeto causante del miedo, poco a poco, hasta tener la confianza que no pasará nada. Otro es mentalizar la situación óptima o recrear situaciones pasadas con el fin de añadirles una solución deseada.
Lo importante es que realicemos algo, alguna acción concreta debidamente alineada con atacar la causa del miedo, como en este caso del COVID-19 tomar las precauciones de lavar nuestras manos más seguido, de higienizar las superficies y respetar el confinamiento social, esa es una acción, y no permitamos a la incertidumbre entrar, recordemos que el miedo genera inseguridad y nos come la cabeza con especulaciones.
A veces lo mejor es enfrentarnos a la situación tal como viene. La vida es un juego, a veces tenemos el resultado esperado y a veces no, pero el mundo actual dejó de ser un lugar seguro y predecible, hace mucho, mucho tiempo, la única salida es adaptarnos, mejorar nuestra capacidad de respuesta, nuestras habilidades emocionales y cognitivas, se llama resiliencia.
Otra técnica es la “Esquivar”, que consiste en motivar exposiciones opuestas. No es evadir, sino son una alternativa para aminorar el impacto o hacer un control de daños. Es decir, si me da miedo subirme en un avión, es no pensar en que me subo y recuerdo algo placentero. Podemos compartir ideas positivas, el miedo como emoción, no es buena ni mala, es un medio de sobrevivencia por lo cual reflexionemos sobre lo positivo de ella, en qué nos puede ayudar en nuestra vida, eso si, poner un término, no podemos vivir eternamente en tal estado.
No te dejes atrapar por el miedo, siempre hay otra realidad más amorosa y pacífica, busca ese refugio amoroso dentro de ti y conéctate con tu yo interior o con tu ser superior y así podrás encontrar soluciones para tu día a día. En la actualidad contamos con mayor información y mejores niveles de organización que tiempos atrás, cuando azolaron otras pestes.
Piensa en la frase, “esto también pasará”.