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¿Groserías que no son groserías?

Por: Daniel Rangel

Recuerdo la ocasión en que se creó una discusión cuando alguien planteó una idea parecida a esta:

No entiendo por qué «pendejo» es considerada una forma grosera porque, si buscamos en el diccionario, significa «tonto». Entonces, ¿por qué usar «tonto» y no «pendejo» si significan lo mismo?

Lo curioso es que, para muchos, «tonto» no es considerada como tal una grosería.

Un ejemplo diferente:

Dos personas acostumbran hablar con muchas groserías, tanto para insultar como para decir expresiones. Así, no es lo mismo un: ¡Ya valió madres! que un: ¡No vales madre! Si bien la segunda puede considerarse un insulto, la primera se puede interpretar como una expresión coloquial cotidiana.

Entonces, ¿cuándo una misma palabra puede considerarse grosería (¡Estás bien güey!), cuándo interjección (¡ay, güey, me corté!), cuándo muletilla (es lo que te digo, güey, hay que machetearle, güey), cuándo una forma inocua de referirse a alguien (el güey de amarillo vende empanadas) o cuándo una forma grosera de referirse a alguien (¡Ese güey no puso las direccionales!)?

La complejidad del lenguaje

El lenguaje es tan rico que va más allá de lo que decimos con palabras, incluso más allá del lenguaje corporal; las pausas, las ausencias, la insistencia, la intensidad…, todo comunica. Bien podemos darle a entender a alguien que estamos molestos aun sin explicitarlo. Aun ante toda esa complejidad, nuestro raciocinio nos permite entender o sospechar el sentido en que alguien dice algo.

Hay palabras que, aunque entran en el campo semántico de las groserías, muchos no las consideran como tal, digamos el tonto, bobo, menso; pero también están las que se aceptan socialmente o las más pesadas que se consideran realmente vulgares.

No obstante, un inocuo «tonto» puede transformarse en algo grave, como el padre desesperado porque su hijo no se sabe las tablas de multiplicar y con el ceño fruncido y un grito le espeta un: ¡¿Estás tonto o qué?! En cambio, si le dijera un: ¡¿estás pendejo o qué?!, aunque literalmente signifiquen lo mismo, simplemente se siente diferente.

¿Qué lo hace diferente si significan lo mismo?

Hay gente que prefiere el «no inventes» que el «no manches»; o el «¡no friegues!» mil veces antes que el «¡no jodas!», y un millón de veces antes que el «¡no ching…s!». Prácticamente significan lo mismo, pero se usan de diferente forma. Pues bien, las palabras adquieren su significado hasta que el contexto está identificado, entonces se podrá interpretar mejor lo dicho.

Si hablamos de un campo semántico de groserías, podremos incluir muchísimas palabras y frases que nos sabemos rebién, pero en la práctica, esas palabras y frases extraídos de este campo semántico son insuficientes para hacer una interpretación certera, pues el contexto, la

connotación, el estado emocional, el estado físico, la historia personal, la relación que llevamos con esa persona, la comunicación no verbal nos ayudan a tener mayor claridad.

Es la misma gata, ¿pero revolcada?

Otro ejemplo similar pero que no guarda relación con las groserías, es cuando diferenciamos entre un «gracias» y un «¡gracias!»; un mensaje de felicitación «Hbd» y un «¡muchas felicidades por tu cumpleaños!»; o podemos responder un ¡te amo! con un: «igualmente» o con un: «¡yo también te amo muchote!». Literalmente significan lo mismo, pero el trasfondo es distinto.

Si aun no aprecias la diferencia entre ambas opciones de los diferentes ejemplos, en la segunda opción de cada ejemplo se transmite brío, generosidad, calidez, que la persona siente lo que dice, mientras que en la primera se puede interpretar como desinterés, alejado de lo que siente con lo que dice, que lo dice por obligación.

En otras palabras, lo que hace diferentes ambas expresiones es el lenguaje analógico, es decir, el cómo se dice la frase. Recordemos cómo percibimos a ese vecino que con seriedad e inexpresivo te responde el buenos días vs. otro vecino que lo hace sonriendo.

Entonces una palabra malsonante por definición será una grosería, pero de acuerdo a su uso se interpretará molesta u ofensiva, a lo que coloquialmente se le diría grosero. Si Taylor Swift gritara en pleno concierto: «¡Que viva México, cabrones!», no se considerará grosero, muy diferente de si lo dice un pastor durante su sermón.

¡Entre groseros hay niveles!

Otro punto interesante es que, aunque no existe un tabulador formal de palabrotas, usamos niveles para endurecer o suavizar lo que decimos: ¿quieres decir lo mismo, pero más fuerte? Solo cambia el término.

Si estás realmente molesto, ¿vas a mandar al otro a la fregada o a la ching*da? Vas ganando 2-0 en el FIFA y te meten un gol, ¿gritas un: «¡chihuahuas!» o un: «¡maldita sea!»?, se prende la tv solita, ¿exclamas un: «¡ay nanita!», o un: «¡ay güey!»?

El grado de una emoción es proporcional a la dureza o suavidad de la palabrota que diremos.

Comparte este artículo a los groseros y si se niegan a leerlo, diles que no frieguen, o que no jodan, según sea el caso.

Ci vediamo!

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