Mujeres y hombres, distintos, pero desiguales por el privilegio

Por Fernando Espinosa Rúa

Engels escribió que la familia monogámica surgió como una necesidad para la acumulación del capital en una esfera pequeña dentro de un régimen social, en la cual no importaba el amor o las relaciones personales, puesto que eran los padres quienes concertaban las bodas de sus hijos. Lo importante era concentrar el capital y asegurarse de que este no saliera del grupo familiar, para lo cual se le exigió a la mujer obediencia, castidad y la más estricta fidelidad conyugal para asegurar que los hijos fuesen herederos directos de la fortuna del padre. Por lo tanto, la relación familiar se fundó en el poder del hombre, siendo él el único que podía romper el vínculo conyugal.

A partir de entonces el varón ha estado en una posición de privilegio ya que es celebrada la llegada de un niño a la familia y más si este es el primogénito. Como será el futuro heredero se le se le da un trato prioritario y contará con predominio sobre la mujer. Se le consiente, se le cuida, se le da más atención, se le anticipa a sus más mínimos deseos y necesidades ya sean reales o imaginarias. Su vida es más permisiva, se le alienta a participar en eventos donde pruebe su valor e independencia, se valora más su opinión, se le da mejor de comer, entre otras ventajas.

Desde pequeños, a los varones se les da medios para ser seguros de sí mismos y ejercer el poder, y aunque los padres tengan el discurso de que a hijos e hijas “se les trata igual”, muchas veces no es cierto, el resultado es que suele haber distingos entre los hermanos, conforme a su sexo. Esto no solo repercute en que en el momento presente se les otorguen desiguales oportunidades, sino que, una vez que estén fuera del ámbito estrictamente familiar, las hijas tendrán que hacer frente a desigualdades históricas que sufren las mujeres, con menos herramientas que las que sus pares varones tienen a su alcance.

Asimismo, los padres podrán decir a las hijas “nunca te has quedado sin comer”, si se atreven a reclamar, aunque aun hay niñas que no tienen una cama donde dormir, y los hijos varones sí. Pero más aun, cuando se trata de las niñas, todavía se les concibe como si no merecieran una visión de futuro, su propia visión de futuro, es decir, es posible que se cubran sus necesidades básicas pero no las estratégicas, para transformar su realidad. En las familias más acomodadas era común la expresión de las chavas universitarias de los setentas y ochentas “estudio MMC”, que significa “mientras me caso”, quizá ya no se use tanto, pero el razonamiento y el contexto que entraña sí sigue imperando. En el otro extremo del espectro, la entonces niña pakistaní Malala Yousafzai, quien ha llegado a ser estudiante universitaria en Inglaterra, hace algunos años puso en evidencia esta tremenda injusticia en el acceso a la educación.

Simone de Beauvoir, en un estudio histórico sobre la mujer, señala que “el triunfo del patriarcado no fue ni un azar ni el resultado de una evolución violenta. Desde el origen de la humanidad, su privilegio ha permitido a los machos afirmarse solo como sujetos soberanos, y no han abdicado nunca este privilegio; han enajenado en parte su existencia en la naturaleza y en la mujer, pero la han reconquistado inmediatamente”.

Cuando Jean-Jacques Rousseau, en 1762, escribió su libro “Emilio” planteo el tipo de educación que deberían recibir tanto el hombre como la mujer. Estuvo perfilando la postura actual del hombre fuerte, activo, dando el privilegio y que su mundo sea el de la política, el mundo externo, mientras el de la mujer, el interno, la casa y los sentimientos. Y uno de los motivos principales para alejarlas

de las nuevas factorías fue porque ellas siguieron trabajando y recibían sueldos más bajos que los hombres, las preferían porque se aprovechaban de la necesidad y del hambre de las mujeres.

A este respecto Beauvoir apunta “Se comprende que los trabajadores machos hayan empezado por ver en esa competencia barata una amenaza temible y que se hayan mostrado hostiles”. De esta forma, se buscó la manera de confinarlas al hogar.

Milenios de poder masculino han conseguido construir una sociedad donde todos crecemos aceptando como algo natural y sensato un sistema manifiestamente sesgado a favor del hombre. Donde muchos suponen que están siendo razonables cuando en realidad se actúa de acuerdo a una forma de pensar inconsciente, el hombre por consiguiente cree ser el paradigma según el cual se juzgan valores y culturas.

Y es que desde la mirada del hombre es con la que se interpreta la realidad. A partir de las referencias del patriarcado quedan las mujeres expuestas a esa interpretación y a las críticas que derivan de ellas y todo dependiendo del contexto y de lo que decida el hombre interprete, pueden ser esposas o amantes, santas o pecadoras, compañeras o prostitutas, madres o malas madres y cada una de esas posibilidades puede ser verdad o mentira según decida ese hombre que interpreta la realidad, además lo será, pues es “palabra de hombre “ y esa no se cuestiona. Es decir, el debate y juicio están ceñido a linderos muy delimitados, fuera de los cuales no vale nada más.

Cuando se trata de comparar a un hombre y a una mujer en su desempeño laboral, al hombre se le justifica con “es un poco exigente” pero si se habla de una mujer en búsqueda de la perfección esta “histérica” no hay modo de complacerla. Y es que hemos aprendido a justificar al hombre en su comportamiento “es un poco brusco”, “exigente”, “tiene el carácter muy fuerte”, “tuvo un padre muy difícil”, “su madre fue demasiado dura con él por eso desconfía de las mujeres”.

El machismo se puede definir según Marina Castañeda, “como un conjunto de creencias, actitudes y conductas que descansan sobre dos ideas básicas: por un lado, la polarización de los sexos, es decir, una contraposición de lo masculino y lo femenino según la cual no sólo son diferentes sino mutuamente excluyentes; por otra, la superioridad de los masculino en las áreas consideradas importantes para los hombres. De aquí que el machismo involucre una serie de definiciones acerca de lo que significa ser hombre y ser mujer, así como toda una forma de vida basada en ello”.

Pero, el machismo no significa necesariamente que el hombre golpee a la mujer, ni que la encierre en la casa. Tiene que ver con una cuestión de poder sobre los otros, de una actitud más o menos automática hacia los demás; no sólo hacia las mujeres, sino también hacia los demás hombres, niños, subordinados, pobres, adultos mayores, personas con discapacidad, minorías raciales y sexuales, es decir todo aquello que se aleje del ideal de varón hegemónico. Puede manifestarse con tan solo una mirada, la falta de atención o los gestos y en lenguaje no incluyente. Pero que el que está situado del otro lado lo percibe con toda claridad, si es una mujer, se siente claramente disminuida, retada o ignorada. No hubo violencia, regaño o disputa, pero se estableció una relación desigual en la que uno esta abajo y el otro arriba, y que sanciona duramente cualquier intento por subvertir dicho régimen.

A veces se cree, sobre todo en grandes ciudades que el machismo ha desaparecido, pero el problema de este es que ha evolucionado para transformarse en una amenaza cada vez más difícil de identificar, ya no es el machismo en que nuestros abuelos y padres fueron educados. Pero, aun

disfrazado, lastima las relaciones humanas de manera lenta, invisible y muchas veces irreversible, afectando a hombres y mujeres por igual, perpetuando las conductas sembradas desde la infancia que se convierten en un modo de vida,

Muchos hombres se dicen ser no machistas, pues están totalmente de acuerdo que ellas deben estudiar y trabajar, “a mi esposa la dejo hacer todo lo que ella quiera. Y después de una pausa, añaden bueno, siempre y cuando no descuide la casa o me falte al respeto”.

“Yo le ayudo a mi mujer con la limpieza de la casa, cuando puedo o cuando ella me lo pide”. Cuando por default la tarea del hogar es una tarea que debe realizarse entre todos los miembros de la familia, pues todos habitan la casa y la ensucian.

Ahora con las manifestaciones que hubo antes del día de la mujer, por la ola de feminicidios, se escuchó decir a los hombres, “es que nadie entiende a las mujeres y hasta entre ellas se contradicen”. Sin dejar del lado el inmediato afán supremacista del dicho, a partir de estos pensamientos se cree que estamos en lo correcto, cuestionando ¿Por qué ellas no ven las cosas del mismo modo?, devengar el privilegio machista ha conducido a una total falta de entendimiento y miopía. Ese es un falso debate, porque de suyo mujeres y hombres son distintos, tienen necesidades, expectativas e intereses que los diferencian y no se puede suponer uniformidad aunque nos parezca más cómodo. Mucho menos eso justifica que mujeres y hombres tengan que ser desiguales y que con el trato y los rezagos históricos se haga eterna tal desigualdad.

Dice Grayson Perry, que desde chico le gusto vestirse de mujer, que muchas veces le preguntan que si por tal motivo estaría más identificado con las mujeres, a lo que respondió que no tendría porque estarlo si el nació siendo hombre y ha estado del lado del privilegio.

Sera difícil erradicar de nuestra cultura el código del hombre por defecto, tan arraigado ya que ha estado durante muchos siglos rigiéndose por sus normas, sin embargo, paso a paso se va cambiando de ideología gracias a las discusiones acerca de la cuestión de género que las feministas han impulsado. Indudablemente la búsqueda de soluciones implica necesariamente un cambio cultural y educativo y la urgencia de que el hombre reconozca y renuncie a sus privilegios.

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