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¿Por qué las emociones nos enferman?

Las emociones nos acompañan todos los días de nuestra vida, están presentes en cada instante, simplemente es imposible vivir alejados de ellas. Sin ellas no seriamos la especie ni los humanos que somos. Expresar y percibir amor es tan necesario como comer o dormir. El cerebro humano necesita de la compañía de otros para nuestra salud mental. Somos seres sociales y filiales por naturaleza y uno de los vínculos que nos unen con mas cohesión son las emociones precisamente.

Cuando las emociones no son canalizadas o asimiladas adecuadamente pueden tomarnos por sorpresa y tornarse en pensamientos y reacciones que conducen a situaciones y espacios no apropiados, que probablemente nos generan molestias o propician comportamientos que nada tienen que ver con el momento en que se generaron, es decir, provocan una interpretación equivocada de la realidad y el contexto, a partir de lo cual emanan acciones igualmente equívocas sin que siquiera nos demos cuenta la causa raíz de ello.

Muchas de nuestras conductas cotidianas están arraigadas en diversas emociones que no siempre son recientes, la gran mayoría vienen de un aprendizaje, incluso antiguo y pueden ser transmitidas desde una o dos generaciones de ancestros, y a veces no sabemos por qué existen en nuestra vida o bien, nuestros sentimientos de odio o resentimiento, son elementos que se repiten con frecuencia y puede quitarnos años de vida futura. Esto implica que las emociones tienen una perspectiva temporal, no son un punto cronológico aislado o estático, aunque si hay hitos o sucesos que marcan la existencia hay un proceso de gestación y evolución detrás.

Si tomamos en cuenta que nuestro cuerpo esta diseñado para hacernos sobrevivir, cuando hay dolor o una amenaza, incluso imaginaria, se activa de forma inmediata nuestro sistema de pelea o huida.

El sistema nervioso simpático se activa y libera químicos para que el cuerpo responda al peligro, por ejemplo: las hormonas de estrés como el cortisol hacen que el corazón lata más fuerte y llegue más sangre a las extremidades o la respiración se agita para tener más oxigeno.

La respuesta de pelea o huida necesita mucha energía y por lo mismo se apagan sistemas como el digestivo, inmunológico y reproductor. Una vez que el peligro pasa, esos químicos se reabsorben en tu cuerpo y liberas otros que ayudan a que tu cuerpo se repare, descanse y digiera, esto lo hace el sistema parasimpático.

Este método de supervivencia sirve de maravilla si el peligro es inminente, real, material y físico, asimismo si sus consecuencias son demostrables.

El problema es que en la actualidad se ha generado la tendencia de que los peligros estén en nuestra mente y vivimos o se nos condiciona a que experimentemos emociones de miedo, enojo o tristeza constantemente, incluso la alegría es impostada y sus parámetros codificados socialmente. Desde hace décadas los medios de comunicación han tendido a manipular los estados de ánimo, como cuando en los años treinta, Orson Wells provocó un miedo superlativo con su radionovela La Guerra de los Mundos.

Ahora con las redes sociales se hace uso de los estímulos visuales y de narrativa para despertar simpatías, veneración, obsesión, odios, enajenación y alienación; la realidad virtual y la inteligencia artificial son especialidades que explotan las reacciones emocionales bajo la lógica de intereses económicos y políticos, apelando a comportamientos acríticos, automáticos, no razonados, no sometidos a la reflexión, se adoptan porque media un mecanismo de validación e imitación que da la falsa certeza de que es lo correcto porque mucha gente lo ve, lo acepta y lo reproduce.

Con nuestra interacción con las redes sociales se alimentan algoritmos que captan y consolidan los sentires, una vez identificada la tendencia, basta con hacer que se perpetúe y se refuerce, nos dejan listos para esperar el frenesí, la sorpresa y la novedad a cada rato, sin estar conscientes de cómo esto va forjando nuestra memoria y del daño que nos pueden causar.

Abordemos ahora el caso particular de la ira, también llamada furia, enojo, agresivo, odio o resentimiento. Si bien es la encargada de defender nuestra propiedad y a nuestros seres queridos, entra en escena cuando vulneran nuestros límites, cuando “nos sacan de nuestras casillas”. Cuando nos sentimos atacados, ignorados, rechazados, engañados, acusados injustamente, devaluados, frustrados, pero la rabia aumenta cuando pensamos que algo es injusto o que las personas deberían ser diferentes.

Hasta ahí parece que tiene una razón de ser, sin embargo, está asociada a un mayor riesgo de padecer enfermedades cardiacas. Biológicamente podemos sentir los efectos evidentes de la emoción en nuestro cuerpo si nos observamos cuidadosamente. Todo el cuerpo se tensa, la sangre circula más lento, los músculos y articulaciones se contraen, se altera y rompe su equilibrio el sistema cardiovascular, hormonal y nervioso. La presión arterial se desequilibra y hay un aumento descontrolado de la frecuencia cardiaca y en la testosterona. Se altera la actividad cerebral. Especialmente en los lóbulos frontal (falta de control de impulsos) y temporal (sistema límbico) de una forma negativa. Queda inhibida la parte del cerebro que nos permite razonar, es por eso que decimos cosas hirientes, pero se activan los impulsos que si tenemos algún objeto en las manos lo utilizamos como proyectil.

La bilis se derrama dentro del cuerpo, la sangre se envía a la periferia dejando sin sangre a los órganos importantes, como lo es el hígado.

Por su parte, algunos estudios afirman que el miedo es la emoción que más consecuencias produce en nuestro interior, a pesar que es una reacción adaptativa que nos prepara para actuar ante un posible peligro, nuestro cuerpo reacciona produciendo una secuencia de efectos, tanto físicos como psicológicos.

En primer lugar, algunas personas se quedan paralizadas y bloqueadas ante éste, experimentan sudoración, taquicardia, también cambia nuestra esfera cognitiva, percibimos el mundo de un modo distinto y experimentamos las sensaciones con mayor intensidad.

Nuestro cuerpo se pone en estado de alerta y se encarga de activar el sistema nervioso simpático. Dicha parte del cerebro se encarga de activar las respuestas físicas de huida o para un enfrentamiento físico. Nuestro corazón bombea más sangre, los músculos se tensan, los pulmones se encargan de dar más oxígeno alcuerpo y el estómago se cierra. Por eso hay personas que actúan de manera que se considera heroica, por el aumento de adrenalina en la sangre. Es cierto que, en algunos casos, el miedo nos paraliza y somos incapaces de actuar durante unos instantes. Esta respuesta es debida a que el sistema se bloquea y la respuesta psicológica impide que se gestionen bien los efectos físicos del miedo.

Pasando al caso de la tristeza, es cuando te sientes decaído, los circuitos cerebrales del dolor físico y emocional se enmascaran, esto no solo ocurre en las áreas cerebrales relacionadas con el componente puramente afectivo del dolor, sino también en las zonas relacionadas con la percepción somática del mismo. En consecuencia, genera un impacto negativo sobre tu cuerpo, sobre todo el sistema inmunitario que aumentará potencialmente el riesgo de sufrir una enfermedad sobre todo inflamatoria. Se ha comprobado que aumenta la sensibilidad al frio, afecta al apetito aumentando el riesgo de que subas de peso y puedas sentir que la comida no tenga sabor o que no halles saciedad. Puede haber cambios en la presión arterial. En periodos prolongados puede ser un estado muy dañino para la salud, con cardiopatías, enfermedades pulmonares o hepáticas. La depresión puede influir en aparición de más enfermedades.

Si estos estados emocionales de supervivencia son constantes y prolongados, los sistemas de nuestro cuerpo se debilitan y somos más susceptibles a enfermedades. Ningún organismo está diseñado para permanecer en un estado constante de supervivencia. Más aun si en algún momento dejamos de tener auto gobierno, capacidad de romper la inercia y quedar inoperantes o pasmados.

Si bien nuestra mente es lo que nos diferencia de cualquier otro animal, gracias a nuestra capacidad de pensar en el pasado y en nuestro futuro, también es lamentable que esta capacidad hace que los peligros puedan llegar a ser constantes e imaginarios. Vivir en estados de rencor, odio, enojo constante y ansiedad inflaman nuestro cuerpo y ahí es cuando se presentan las enfermedades crónicas.

Un problema es que, cuando tenemos sentimientos considerados como negativos, como los rencores, envidias, o cuando buscamos adormecer el dolor con un placer instantáneo o consumo de sustancias, o no autorizamos o no nos permitimos que estas fluyan, a veces el padecer eventos continuos que nos inhabilitan para hacer que fluya una emoción, por ejemplo, la muerte de seres queridos, en un corto plazo de tiempo nos impiden actuar para enfrentar problemas que requieren una solución pronta y esto nos conduce a una situación aún más precaria, así sea que tal solución sea relativamente sencilla y sí esté a nuestro alcance.

Mucho se comenta actualmente sobre que tu cuerpo grita lo que tu boca calla, a este respecto, se dice que si no dices lo que sientes te dolerá la garganta, pero desde un aspecto, esa tensión muscular, es decir, sentir rigidez en la espalda, hombros o cuello, tiene que ver que se esta cargando de mucha responsabilidad o estrés. Sufrir dolores frecuentes de cabeza sin causa médica aparente, esto podría indicar que se esta acumulando mucho tensión y se necesita relajar. La dificultad de conciliar el sueño o despertarse con frecuencia puede ser un síntoma de preocupación o ansiedad. La fatiga crónica, ese sentirse agotado constantemente, sin energía para realizar tus actividades, podría se un indicador de depresión.

También influyen los malos hábitos en la alimentación, consumo de alcohol, tabaquismo, abuso de azúcares, mal descanso y sueño entre otros.

Al entender esto podemos aprender herramientas que nos ayuden a procesar las emociones.

Por eso es tan importante tener prácticas y momentos que nos permitan volver a estados de relajación profunda donde el cuerpo se restaura y regresa al equilibro y pensar con claridad las cosas e identificar rutas de acción adecuadas. Meditar, hacer yoga, o ejercicio son hábitos que ayudan a cambiar el estado emocional y liberar los químicos del estrés, vamos, hasta cuando lavamos ropa, trapeamos o nos bañamos podemos tener un remanso de paz y reflexión.

Los momentos de introspección y deliberación también son muy útiles para observar, entender y liberar la emoción, identificar el sentir y hacer uso del lenguaje para articular un discurso que nos explique qué pasó, que nos permita tener una versión propia y auténtica de nuestra realidad y tener convicción de lo que tenemos que hacer para resolver y sanar.

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