Cada flor en el altar tiene una historia que contar, no están ahí solo porque se ven bonitas, sino porque cada color, textura y aroma encierra siglos de tradición.
En México, el aire de finales de octubre cambia, se crea algo distinto en cómo huele el campo, en cómo se pinta el horizonte con tonos dorados y rojizos y en como los mercados se llenan de flores, velas, papel picado y fruta. Pero si hay algo que roba cámara entre todos los elementos del altar de muertos, son las flores.
Desde tiempos prehispánicos, las flores se usaban como ofrenda y como un puente entre el mundo de los vivos y el de los muertos. En el México antiguo, se creía que su aroma era capaz de guiar a las almas y que el color ayudaba a marcar el camino de regreso y aunque hoy lo veamos con otros ojos, esa conexión sigue viva.
En los huertos y parcelas donde se siembra cempasúchil, el trabajo empieza meses antes se prepara la tierra, se eligen las semillas más fuertes y se cuida cada plántula con un mimo especial, ver florecer una hectárea de cempasúchil es un espectáculo y es que ese color intenso no es casualidad, y tampoco el momento en que florece.
Por otro lado, la nube y el terciopelo llegan a completar el cuadro, la primera, con su pureza y textura etérea; la segunda, con esa elegancia profunda que parece sacada de una pintura antigua, no hay altar completo sin ese equilibrio entre lo luminoso y lo sobrio, lo fuerte y lo suave.
Así que antes de colocar las flores este año, vale la pena detenerse un momento y entender por qué están ahí, qué significan y qué secretos esconden porque detrás de cada pétalo hay una historia, un propósito y un toque de sabiduría agronómica que aunque muchos no lo sepan, tiene tanto de ciencia como de alma.
El Cempasúchil: la flor que ilumina el camino
El cempasúchil (Tagetes erecta) es mucho más que la flor del Día de Muertos, su nombre viene del náhuatl cempoalxóchitl, que significa “flor de veinte pétalos” y aunque en realidad puede tener muchos más, el número veinte se usaba para referirse a algo numeroso o abundante.
Su color anaranjado intenso se debe a los carotenoides, los mismos pigmentos que dan color a las zanahorias o al maíz amarillo pero en el cempasúchil cumple una función mayor, la de atraer insectos polinizadores, por eso en los huertos suele sembrarse también para atraer abejas y mejorar la polinización de otros cultivos.
En el altar, el cempasúchil representa la luz del sol y la vida eterna, se dice que su aroma ayuda a las almas a encontrar el camino de regreso a casa, por eso se colocan pétalos desde la puerta hasta el altar, como una especie de guía luminosa.
El cempasúchil no solo se usa en los altares, en la industria alimentaria, su extracto se utiliza como colorante natural en la yema del huevo o en el alimento de aves, para intensificar su color, además de que también tiene propiedades medicinales y repelentes de insectos.
El Terciopelo: elegancia y memoria en color vino
El terciopelo (Celosia argentea var. cristata) es una flor que roba miradas. Su textura aterciopelada y sus colores intensos en tonos rojizos, púrpuras y fucsias hacen que destaque incluso entre un mar de flores naranjas. Popularmente se le llama también “cresta de gallo” por la forma ondulada de su inflorescencia.
En el altar, el terciopelo aporta ese toque de sobriedad que equilibra la intensidad del cempasúchil, y es el recordatorio de que la muerte no es ausencia, sino transformación.
La celosia tiene un lado menos conocido: es comestible, de hecho en varios países de África y Asia, sus hojas jóvenes se consumen como verdura, ricas en hierro y vitaminas. En México, sin embargo, su uso se ha centrado más en lo ornamental, especialmente en ofrendas y arreglos florales.
En el altar, el cempasúchil representa la luz del sol y la vida eterna, se dice que su aroma ayuda a las almas a encontrar el camino de regreso a casa, por eso se colocan pétalos desde la puerta hasta el altar, como una especie de guía luminosa.
El cempasúchil no solo se usa en los altares, en la industria alimentaria, su extracto se utiliza como colorante natural en la yema del huevo o en el alimento de aves, para intensificar su color, además de que también tiene propiedades medicinales y repelentes de insectos.
El Terciopelo: elegancia y memoria en color vino
El terciopelo (Celosia argentea var. cristata) es una flor que roba miradas. Su textura aterciopelada y sus colores intensos en tonos rojizos, púrpuras y fucsias hacen que destaque incluso entre un mar de flores naranjas. Popularmente se le llama también “cresta de gallo” por la forma ondulada de su inflorescencia.
En el altar, el terciopelo aporta ese toque de sobriedad que equilibra la intensidad del cempasúchil, y es el recordatorio de que la muerte no es ausencia, sino transformación.
La celosia tiene un lado menos conocido: es comestible, de hecho en varios países de África y Asia, sus hojas jóvenes se consumen como verdura, ricas en hierro y vitaminas. En México, sin embargo, su uso se ha centrado más en lo ornamental, especialmente en ofrendas y arreglos florales.
Los agricultores y floricultores lo saben, estas especies no solo se eligen por tradición, sino también porque florecen justo al mismo tiempo, respondiendo al clima de otoño, es un fenómeno que muestra cómo la naturaleza y la cultura mexicana están sincronizadas.
Y aunque cada flor tenga su carácter, todas coinciden en algo, florecen cuando el campo más lo necesita, cuando la memoria se vuelve cosecha. Por ello, el altar de muertos no se trata solo de recordar, sino de sembrar memoria, cada flor, con su aroma y color, nos recuerda que la vida y la muerte están más cerca de lo que pensamos.
Con información de Meteored.
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