Investigadores de Stanford advierten: el deshielo antártico.
En un mundo que arde, hay un rincón del planeta que, irónicamente, se está enfriando. Las aguas del Océano Austral —el anillo azul que rodea la Antártida— muestran una tendencia inesperada al enfriarse justo cuando todo lo demás parece calentarse. Este fenómeno desconcertante no es una contradicción, sino una consecuencia.
Los modelos climáticos globales no han logrado reproducir con precisión el enfriamiento del Océano Austral en los últimos 40 años.
Según un nuevo estudio liderado por investigadores de la Universidad de Stanford, el derretimiento de los glaciares antárticos y el aumento de las precipitaciones en esta región están alterando la composición del agua marina. El resultado: enfriamiento del océano y una desaceleración en los motores que impulsan la circulación oceánica global.
Lo que ocurre en las profundidades del sur tiene ecos en todo el planeta. El sistema que regula el transporte de calor, nutrientes y energía entre océanos —conocido como circulación termohalina— depende de un delicado equilibrio entre temperatura y salinidad (es decir, la cantidad de sal disuelta en el agua del mar). ¿El problema? Ese equilibrio se está rompiendo.
El término termohalina proviene del griego thermo (calor) y halos (sal), y se refiere al movimiento del agua impulsado por diferencias de temperatura (termo-) y salinidad (-halina)
Si esta tendencia continúa, advierten los científicos, podríamos estar presenciando el inicio de un cambio profundo en la maquinaria climática de la Tierra. Un recordatorio de que, en el gran rompecabezas del planeta, todo está conectado… incluso aquello que parece lejano, congelado y eterno.
La cinta transportadora del planeta
La circulación oceánica global, conocida como cinta transportadora oceánica o circulación termohalina, es un sistema de corrientes marinas profundas que mueve enormes volúmenes de agua alrededor del planeta. Esta circulación distribuye calor, sal y nutrientes, y es clave para mantener el equilibrio climático entre los polos y el ecuador.
La temperatura y la salinidad determinan la densidad del agua: el agua más fría y salada pesa más y tiende a hundirse, mientras que la más cálida o dulce flota
Las corrientes profundas impulsadas por diferencias de densidad (temperatura y salinidad) son las que alimentan la cinta transportadora global. En regiones polares, el agua superficial se enfría, se vuelve más salada por la formación de hielo y gana densidad, lo que la hace hundirse. Desde allí, fluye lentamente hacia el sur.
Estas corrientes lentas y profundas se desplazan horizontalmente hasta alcanzar regiones donde pueden ascender y volver a la superficie, generalmente, en zonas ecuatoriales. Este proceso continuo y cerrado actúa como un sistema natural de distribución del calor en el planeta.
Dentro de este sistema, el Océano Austral cumple un papel fundamental. La zona donde el océano “respira”: las aguas profundas suben y se mezclan, y otras masas de agua frías y más densas se hunden, alimentando el flujo global. Es una de las bombas más potentes de la circulación termohalina. Si esta bomba pierde fuerza, la cinta se ralentiza… y el clima del planeta empieza a desajustarse.
Lo que dice Stanford: qué está pasando en el sur
Recientemente, investigadores de Stanford detectaron que el Océano Austral se está enfriando en su superficie, justo donde debería estar calentándose. Según el estudio publicado el 27 de marzo, se debe a una creciente entrada de agua dulce, producto del derretimiento de los glaciares antárticos y del aumento de las precipitaciones extremas en la región.
Ese exceso de agua dulce, al ser menos salada y menos densa, forma una capa superficial que flota sobre el océano. El problema es que esta capa bloquea el ascenso de aguas más profundas y más cálidas. Al interrumpirse ese intercambio vertical se debilita el movimiento que alimenta la circulación global y la cinta transportadora global comienza a desacelerarse.
La tendencia de enfriamiento del Océano Austral es en realidad una respuesta al calentamiento global, que acelera el derretimiento de la capa de hielo y la precipitación local.
Sin embargo, durante las últimas cuatro décadas, la mayoría de los modelos climáticos globales no logran reproducir con precisión este enfriamiento persistente. Los investigadores sugieren ajustar la cantidad de agua dulce que ingresa al océano, mejora significativamente la representación del enfriamiento observado, y con ello, la calidad de las proyecciones climáticas futuras.
Cuando la cinta pierde el ritmo
La circulación oceánica no es un detalle menor del clima: es el sistema que distribuye el calor del planeta y mantiene su equilibrio. Si la cinta transportadora se desacelera —como ya ocurre en el Océano Austral—, las consecuencias pueden sentirse en todo el mundo. Algunas regiones podrían volverse más secas, otras más lluviosas o enfrentar inviernos más extremos.
El Océano Austral es clave en el aumento del nivel del mar, la absorción de calor y la captura de carbono e influye en fenómenos como El Niño y La Niña.
Además del impacto en el clima, una alteración en esta circulación afectaría las cadenas alimenticias marinas, comprometiendo la pesca y la seguridad alimentaria de millones de personas. También podría disminuir la capacidad del océano para absorber dióxido de carbono, lo que agravaría aún más el calentamiento global.
Invertir en ciencia, proteger los polos y adaptar nuestras políticas a la realidad climática ya no es opcional: es esencial. Escuchar a los científicos, cuidar el planeta y reconocer que todo está conectado puede marcar la diferencia entre un mundo fuera de ritmo y uno que aún late con esperanza.
Con información Metereored
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